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Adjetivos

Texto de Lisandro Duque Naranjo

Cuando los ahora miembros del partido Comunes eran las FARC, el establecimiento decía de ellos que eran “el más grande cartel de la droga del mundo”. Luego del Acuerdo de Paz, aquello del “cartel” resultó ser un simple cobro de impuesto al gramaje a los intermediarios que recogían la pasta de coca en las selvas colombianas. En cuanto a los cocaleros, las FARC les limitaron la expansión de la planta prohibida a efecto de garantizar la siembra de alimentos. Es decir, fueron sustitutos del Estado, algo que debieran cobrarle al Gobierno. Lo de “entregar las rutas”, obviamente, terminó siendo un falso suspenso, ya que a esa insurgencia no le daba la estructura ni era de su interés copar la fase terminal de despachar la cocaína ya procesada hacia los centros de consumo en el mundo, Europa y EE. UU. Para eso tocaba ser de la mafia en serio. Pero no, definitivamente ellos siguieron con su historia de la toma del poder, en lo que se les adelantaron, al igual que a otras fuerzas políticas, los mágicos verdaderos que ahora están en él.

     Luego los llamaron “pedófilos” y se refirieron a sus frentes casi que como antros de orgías romanas al estilo de Mesalina. Y a las mujeres con jefatura intermedia no las rebajaron de “proxenetas”. Solo diré que si esos abusos hubieran sido sistemáticos, en la proporción inverosímil que denuncia la exguerrillera Lorena Murcia —ahora candidata del CD al Senado—, quien habla de “1.200 víctimas”, y aunque hubieran sido muchas menos, es bastante raro que con semejante caudal de “evidencias” se niegue a sustentarlas ante la JEP y la Comisión de la Verdad.

   Ahora, a los ex-FARC les están diciendo “esclavistas”, atravesando un adjetivo capcioso para calificar un hecho que los reincorporados han reconocido como indigno: el secuestro. Por supuesto que como figura jurídica este “esclavismo” no es viable, pero dice mucho del léxico rebuscado con que la derecha mafiosa pretende cancelarlos. Aquellos de la izquierda que los aíslan y son vergonzantes con ellos suponen, equivocadamente, que el enemigo ¿o quieren que diga “adversario”, palabra falaz?— les dará trato distinto.

    Si los mágicos que mandan la parada tienen empapelado a Gustavo Bolívar, acusándolo de “financiar el terrorismo” por donarles gafas, escudos y sombreros de plástico a los heroicos muchachos de la Primera Línea; si el comandante del Ejército llama “secuestro” a la encerrona que les hicieron unos campesinos sin una aguja a 180 militares armados hasta los dientes; si la prensa celebra como un acto patriótico el asesinato a sangre fría, hace 10 años, del comandante Alfonso Cano, estando inerme y solitario frente a 1.000 militares y 50 aeronaves artilladas, mientras comentan la sonrisa de Otoniel “puesto preso” con tanta delicadeza; si el Congreso asciende a general a un policía que se inventó la mentira, para encubrir el crimen de un joven grafitero, de que este era un asaltante de buses; si la horda policial sigue saliendo a las calles a matar jóvenes y a sacarles los ojos; si a un paraco y ladrón como Visbal Martelo lo consideran víctima digna de indemnización, ¿qué esperar del próximo adjetivo que el presidente encuentre para calificar a los Comunes?

“El adjetivo, cuando no da vida, mata”, Huidobro

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“Dios y patria” en la Policía Nacional

Texto de Lisandro Duque Naranjo

Vi por televisión a un policía de cierto rango, que incluso hablaba con un tono “académico”, convocar a seguir la carrera policial a los muchachos que no hubieran obtenido cupo en ninguna universidad. Les ofrecían la gabela de poder continuar sus estudios dentro de la institución para convertirse después en oficiales y suboficiales. “No importa”, dijo, “que hayan obtenido bajo puntaje en las pruebas Saber, aquí los esperamos”, concluyó.

   Obviamente, no soy de los que creen que para ser inteligente hay que cruzar airoso los umbrales del Icfes, ni que quien quede muy por debajo de ese puntaje esté condenado a una falta de competencia en el mundo del conocimiento. De hecho he visto “perdedores” y “ganadores” cuyos destinos en la vida resultaron contrarios a lo que pronosticaban esas mediciones.

   Pero de ahí a absolutizar una especie de “síganme los ignorantes” para que sean policías, sí hay derecho a suponer que se está planteando un rasero muy ínfimo como requisito para construir un “héroe”. Que no difiere en nada de cómo ha sido la metodología empleada hasta el momento y quizá desde tiempos inmemoriales.

   En la profusión de cortos fílmicos de la Policía (ver YouTube) que animan a los jóvenes a enrolarse (a los 17 años y medio), ofrecen un mundo aventurero que es muy tentador a esa edad (atravesar ríos en una cuerda, saltar desde helicópteros, escalar montañas, etc.) y, sobre todo, empezar cualquier frase con la muletilla “Dios y patria”. A propósito de esto de la religión, hace poco hubo un escándalo por la compra de 720 biblias con recursos públicos (por $26 millones), para oficiales piadosos, supongo, que por fortuna fue impedida mediante tutela interpuesta por un grupo de ateos. Y en 2018 se hizo un acto solemne en Barbados —con presencia de docenas de cadetes de la Armada de ese país, en traje de gala— en el que Ramiro Mena Bravo, general de la Policía de Colombia, poco después retirado, condecoró con la medalla mayor de nuestra Policía al presidente mundial de la cienciología, “por las contribuciones de esta religión a la firma del Acuerdo de Paz en Colombia terminando una guerra civil de 50 años”. Eso querría decir que Tom Cruise, John Travolta y Priscilla Presley inspiraron bastante a Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo, lo que me permito dudar. Aunque puede que por eso la implementación del Acuerdo se encuentre en estado tan precario. Dice también esa edición de El Tiempo de 2018 que “gracias a una campaña liderada por la cienciología, hubo la distribución en toda Colombia de millones de copias de los libros El camino a la felicidad, La verdad de las drogas y La historia de los derechos humanos, seguida de la gran apertura de una Iglesia Nacional de Cienciología en Bogotá, (y que) las violaciones de derechos humanos en Colombia bajaron un 96 %...”. Haberlo sabido. En todo caso, valdría la pena averiguar quién aportó el dineral para distribuir en Colombia esa millonada de basura cienciológica.

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Monumento a la resistencia

Texto de Lisandro Duque Naranjo

Desde luego no podía esperarse que la alcaldesa Claudia López vacilara en echarle la piqueta demoledora al monumento a los héroes de la 80, en Bogotá, si en su lugar estaba previsto construirse una estación de su metro. Y menos aún si dicha obra —la del monumento, no la del metro— se había convertido en un símbolo de las movilizaciones juveniles que arrancaron el pasado 28 de abril, llenándose de grafitis inmensos conmemorativos de los 6.402 falsos positivos, así como de pinturas anónimas exaltando a las minorías étnicas, a las comunidades trans, queer, no binarias, no patriarcales, a los estudiantes, a los músicos, teatreros y danzantes de las nuevas camadas, y en general, a esa disidencia popular que representando al 80 % de habitantes de este país se tomó las calles durante dos meses para expresar el repudio contra el establecimiento fracasado.

     Ya me parecía bastante sospechoso que el estallido visual que se amotinaba en ese paraje arquitectónico y urbanístico había durado bastante sin que manos de gente de bien o de la propia policía acudieran a cubrir a brochazos lo que los artistas de la muchedumbre habían ennoblecido con rostros y textos que, lo sabían ellos, no estaban condenados a perpetuarse. Incluso duraron mucho, porque en estos tiempos la gracia de lo efímero tiene una vigencia más permanente, pues se instala en una intimidad memoriosa contra la que los buldóceres no tienen ningún poder. De modo, alcaldesa, que haga con esos escombros lo que ha dicho, para “compensar” a la galería: llévese unos ladrillos de ese monumento a la resistencia, con pedazos de pintura de un rostro indígena indignado, y ármele un nicho en ese museo urbano donde exhiben un tranvía. Y listo. Esto me recuerda la anécdota del compositor popular y callejero Chancaca, de Popayán, a quien le robaron una vez su flauta mientras dormía en un andén, y como comparecieran ante él, muy solidarias, muchas personas que le prometían regalarle una flauta nueva para reponerle la propia, les dijo: “Tranquilos, yo lo que estoy esperando es a que los ladrones vengan por la música”.

      La alcaldesa, tan obvia en su viveza, debió contener a los voluntarios que se le ofrecieron para limpiar las paredes del ahora extinto monumento a los héroes. “Esperen”, debió decirles, “yo les tengo una sorpresa”. Y la consumó de súbito para que la 80 no se le llenara de manifestantes. Me imagino los secretos en el Palacio Liévano para semejante cabezazo. Supongo que hasta conspiró con el mindefensa Molano, para que éste pareciera un afectado por la tumbada de la memoria de los héroes de la independencia, los mismos cuyos nombres no lograban leerse porque por ahí la gente pasa pitada. “Deme ese papayazo, ministro, para pasar por progre”, debió decirle.

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Falsos videos

Texto de Lisandro Duque Naranjo

   En sus redes sociales, el senador Carlos Felipe Mejía, precandidato del CD, publica un video sobre quienes atravesaron el cable metálico en la avenida Las Américas, obstáculo invisible, sobre todo en la oscuridad, que le costó la vida a un motociclista que circulaba por esa arteria. El video fue hecho por cámaras de vigilancia del sector, y quienes figuran ahí, en flagrancia, como autores del criminal atentado contra la ciudadanía anónima, no son propiamente de la Primera Línea. Se trata de dos tipos muy identificables por la Fiscalía si hubiera interés en investigar. Pero mejor dejarles esa culpabilidad a los jóvenes del punto de resistencia para demeritarlos moralmente. Hace poco me tocó escribirle a una conocida por Facebook, algo que nunca hago, pero me tocó, para recordarle que lo del collar bomba a una señora no fue autoría de las Farc de entonces, sino una acción de un pariente de la víctima para sacarle plata. Volviendo al tema: para inducir esa innoble reputación en las Primeras Líneas, como degolladores con cables atravesados en las vías, fue que el senador Mejía puso a sus subalternos de la UTL a mirar videos hasta encontrar esa pieza visual de los dos mecánicos expertos en amarrar cables que curiosamente no ha tenido la divulgación merecida para rastrear a los criminales verdaderos.

   Mejía no repara en sutilezas (aunque no se necesita mucha) y ni siquiera distinguió la diferencia de indumentaria y de edad entre esos dos operadores y el estilo que caracteriza no solo a los de Primera Línea, sino en general a los manifestantes en las recientes movilizaciones. Ese es un look inconfundible que solo se les ocurre a los jóvenes: rostro completamente cubierto, botas altas, morral, banderas al revés usadas como capa, casco de color con un plástico transparente y el resto de prendas con estampados indígenas o una réplica de la mano, icónica ya, levantada en el monumento a la resistencia en Cali. Bueno, y el escudo, con brochazos de un barroquismo callejero. No obstante, de una vez, y tratándose de un par de sujetos mayores, robustos y con chaquetas del montón, experimentados en el manejo de alicates profesionales, los aventó de una vez a las redes como “vándalos comunistas”.

   Igual ocurre en los videos que hace la Policía: hace poco, filmando desde un radiopatrulla en Cali, mostraban tipos atléticos, de camiseta blanca y pelo rapado, con pistolas y ametralladoras, en un lugar comercial muy “nice”, diciendo de ellos que eran “vándalos terroristas que se habían tomado a Siloé”. Son videos de un solo uso, que los asesores de inteligencia de la Policía mandan a los medios para generar una atmósfera de terror inminente para justificar la guerra que están haciendo en Cali.

    El Estado y por supuesto el senador Mejía trabajan con la certeza de que la memoria y el discernimiento de la opinión son frágiles, y por eso abusan de esas mentiras de corto plazo. Duque, en estos días —no obstante estar nuestro país en el segundo lugar del mundo con el peor índice de muertos por COVID-19 en proporción a número de habitantes—, decía que “ya vamos en 19 millones de vacunas... (Revolviendo las primeras con las segundas dosis) y pronto cumpliremos el tope de 35 millones que se necesitan”. No, presidente, no: como las vacunas son dos, el tope es de 70 millones, y hasta el más ignorante en aritmética de los colombianos sabe dividir por la mitad cualquier cantidad.

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Gramática y aritmética

Texto de Lisandro Duque Naranjo

   En estos días, en Noticias Caracol, decía un presentador a propósito de un civil víctima del Esmad en una manifestación: “Le cayó algo encima y murió”. ¿Qué sería ese “algo”? ¿Un andamio, una caja fuerte, un suicida? Una reportera de CM&, mostrando un lugar rodeado de cintas amarillas donde cayó muerto de un tiro un joven civil que participaba en una marcha, dijo, señalando la mancha de sangre en la cuneta: “Aquí falleció el joven [fulano de tal]”. Por simple gramática, esos asesinatos no tienen por qué ser llamados “fallecimientos”, como si los hubiera tumbado un infarto. De resto, tendría que cambiarse la redacción de la historia: Gaitán, en efecto, “falleció” en la clínica, pero unos minutos después de haber sido asesinado en la séptima con Jiménez. Un general de la Policía, refiriéndose a las víctimas uniformadas en el transcurso de las manifestaciones, dijo: “Hemos tenido 1.350 víctimas, 12 de ellas con heridas graves”. ¿Se pueden, acaso, considerar “víctimas” a unos policías (hice la resta y me dan 1.338, descontando los 12) a quienes luego del enfrentamiento les quedó un raspón?

   La noticia de CM& sobre el civil infiltrado del CTI que mató a dos jóvenes (consta en videos), y al que los testigos del crimen atraparon y lincharon a patadas, ¿puede darse con esta redacción? “El miembro del CTI fue atacado por manifestantes y a causa de eso disparó a dos de ellos” (¿?). Horrible lo del linchamiento, pero la cronología fue al revés. A estas horas, en Colombia 81 muchachos tienen sendos ojos menos (dato de Temblores, Indepaz y Uniandes). Y la senadora Paola Holguín encuentra eso inspirador para una alusión canalla: “Dejen de llorar por un solo ojo”.

   Cuando las cifras de muertos —este fin de semana— suben a 75 (Indepaz), el mininterior habla de 20. En cuanto a los desaparecidos (770, según Movice hasta el 9 de junio), el Gobierno se refiere con elegancia a personas que “todavía no regresan a casa”, mientras en ríos y parques aparecen cabezas y piernas.

  El presidente de la ANDI, Bruce Mac Master, dijo esta semana que las vacunas adquiridas por los empresarios para sus trabajadores serán gratuitas, pero que no serán extensivas a sus familias. Es decir, que habrá un miembro VIP en la casa, muy Pfizer, rodeado de su cónyuge e hijos, o padres y madres, no solo expuestos al contagio de terceros, sino con posibilidades de contagiar al recién vacunado. ¡Qué gratuidad tan inútil esa! Sobre todo, si vamos de terceros en muertos, pisándoles los talones a India y Brasil.

  También va mal la aritmética en Providencia: de 130 casas nuevas que les prometió Duque, apenas van dos construidas. Y aun así tuvo el descaro de ir a esa isla, de donde ahí mismo lo treparon al avión presidencial de vuelta. Lo embutieron como a pasajero del metro de Tokio. A tiempo, pues el próximo huracán ya está anunciado.

    Este país es un relato de terror. Por ejemplo: ¿todavía no hay orden de captura contra Christian Garcés y el Rambo aquel de gimnasio llamado Andrés Escobar? ¿Qué espera la justicia para sacar de circulación a ese par de peligros para la sociedad? ¿Tocará esperar a que los indígenas —12 de los cuales fueron heridos el 9 de mayo por el bloque paramilitar Ciudad Jardín— les apliquen la pena de los fuetazos? Sería muy poco.


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Nuestro “big bang”

 Texto de Lisandro Duque Naranjo

    Difícil hacer una bitácora de lo que ha estado ocurriendo desde el 28 de abril hasta la fecha en que escribo esta nota, 14 de mayo, y mucho más hasta que se publique: el 17. Nunca este país había puesto una marca tan alta de prestancia moral frente a las humillaciones con que lo han acogotado desde la Conquista. Los misaks madrugaron cobrando deudas antiguas desde lo simbólico. Rara vez he sentido orgullo por esta nación —salvo el que les debo a gente y grupos sociales magníficos—, como el que me suscita haber alcanzado a ser testigo de lo que ha hecho la juventud durante estos 16 días últimos. Como un big bang generacional, hubo un sacudón que se deshizo de la frivolidad, el hedonismo consumista y la resignación que habían robotizado la conciencia colectiva. Colombia levanta la cara, por fin, ante sí misma y ante el mundo, deshaciéndose de la reputación insana que ha sobrellevado a causa de los imaginarios adversos que la han agobiado. Ya el planeta lo sabe y desde ahora será a otro precio. ¡Gracias, muchachas y muchachos! De Cali, de Bogotá, de Medellín, de Pereira, de Pasto, de Neiva, de Buga —y hasta de mi pueblo, Sevilla, déjenme decirlo, adonde acaba de llegar la minga de Purnio—, al igual que de casi todos los municipios, en los que a diario se han visto muchedumbres indignadas, sobradas de ánimo para asaltar el cielo con sus tambores, disfraces, danzas, tatuajes, poemas, hasta más allá de donde no alcanzan la vista ni el oído. Inevitable esta entonación épica. Hay momentos en que las sociedades se juegan su destino a cara o sello.

     Tomo aire y haré un modesto listado de situaciones ocurridas o de frases escuchadas, agarradas al vuelo de entre lo tanto que va, porque esto no acaba todavía.

    Deudores antiguos que han pagado en estas jornadas: Sebastián de Belalcázar, Gonzalo Jiménez de Quesada, Santander, Misael Pastrana (los cuatro, estatuas). Gente de bien: un Carrasquilla (¿quién se acuerda ya de su nombre?) y una Claudia Blum. Pendientes por caer: dos ministros Ruiz, Miguel Ceballos, Marta Lucía Ramírez (que ya empezó a caerse). ¿Y Duque?... no entiendo por qué algunos –Petro, entre ellos– se empeñan en que hay que salvarlo y esperar a que se quite de encima la influencia de Uribe. Cuando ni siquiera sin Uribe, Duque se puede salvar ya del asco nacional. Uribe es otra cosa: la va a meter toda hasta el final, el suyo.

     “Que vuelvan a su hábitat natural”, dijo de la minga Omar Yepes, quien aprende historia en un libro de zootecnia. “Indígenas vs. ciudadanos”, titula Caracol TV. A Ciudad Jardín, en Cali, la rebautizaron Ciudad Bacrim. Ya se quedó así per secula y nadie va a querer comprar en ese barrio. El mercado es así. Que los dueños les cobren lesión enorme a Christian Garcés y a la señora Cabal por incitarlos a boletearse. Y qué tal la agallinada que se pegaban esos vecinos matones cuando los perseguían los de la guardia indígena con sus bastones. Se asustaban ante esa cosmogonía. Aun así, emboscados y junto a la policía, han matado a 50 jóvenes colombianos. Y han violado. Un héroe: monseñor Monsalve. Un mito de esta gesta: Lucas Villa. Prenda del futuro: la capucha. Acontecimientos en desarrollo.


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Hora cero

 Texto de Lisandro Duque Naranjo

  Muchos orientadores de opinión, de buena fe, se debatieron, en las vísperas del 28 de abril, en el dilema ético entre la incitación al contagio (ir a las marchas) o un llamado a la protesta sin abandonar la cuarentena, es decir, virtual (quedarse en la casa y hacer cacerolazo o manifestarse en redes y con tuiteratones). Obviamente nadie quiere cargar con la responsabilidad diferida, dentro de 15 días, por la subida de la curva de la pandemia, que seguramente ocurrirá.

  Para mermarles complejo de culpa a los primeros, hay un argumento obvio, pero imprevisible antes de las marchas gigantescas del miércoles: para un trabajador no hay mucha diferencia, en términos de salud, entre tomar un Transmilenio para dirigirse al trabajo o hacerlo para protestar contra la indignidad de soportar un Gobierno tan tarado como el actual, que incluso al ingreso al túnel blanco le quería instalar un peaje para cobrar un impuesto, no se sabe si en artículo mortis o póstumamente, para que el difunto llegara al más allá endeudado.

   De modo que quien salió a marchar superó el dilema con facilidad: si me voy a enfermar, por lo menos que el contagio me agarre protestando. El 28, sin duda, lo que se vio fueron muchedumbres en un trance casi nihilista o místico, algo así como gritando: “Si nos vamos a morir, vayámonos enfermando”. Aun así, casi todo el mundo llevó su tapabocas, pequeña prenda estratégica, como para dejar constancia de que no estaban para jugársela toda, sino albergando la esperanza de que ahorraban vida para las próximas jornadas. En la suposición —ya no tan cierta— de que a los jóvenes el COVID-19 los puede atacar, pero no alcanza a matarlos, el mayor porcentaje de manifestantes fueron jóvenes. Estuvieron, pues, colmados de heroísmo y de drama esos cientos de miles de ciudadanos que tal vez por primera vez en la historia de Colombia no dejaron un solo pueblo, por pequeño que fuera, sin llenar las calles con su rabia. La vibración que transmitieron esas marchas —incomparables con las anteriores— marca un punto cero de ruptura que tendrá repercusiones en todos los órdenes, incluido, por supuesto, el electoral, pero que lo trasciende hacia destinos más inéditos y transgresores. El solo inicio de la fecha, muy tempranero —la tumbada de la estatua de Sebastián de Belalcázar en Cali, por los misaks—, les otorgó a las marchas una significación simbólica en el sentido de que los privilegios antiguos entran en proceso de liquidación. Que al siglo XXI de verdad le sobran los grilletes y los cepos del viejo orden feudal que no han permitido nuestro ingreso a la modernidad.

   Imaginándose todo eso, el establecimiento agotó sus previsiones enviando tropas a todas partes, hasta quedarse corto. Y por supuesto, reclutando “vándalos”, aunque algunos van por cuenta propia, saqueando televisores que los marchantes les hicieron devolver. El hecho es que, salvo en Cali y Medellín —donde lo que robaron fueron cascos de motocicleta, además de romper vidrios de bancos y de carros de alta gama—, no pasó mayor cosa. En Bogotá, quienes apedrearon al Esmad en el Palacio de Justicia —puro “fuego amigo” concertado— no le hicieron ni cosquillas a la muchedumbre, que ni cuenta se dio. Fueron simple ripio perdido en la marejada. Los alcaldes de Cali y Bogotá ordenaron toques de queda, el primero a la 1 p.m. y la segunda mandó a irse a la casa a las 2 p.m., pero nadie les paró bolas. Hay funcionarios así

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“Mi vida y el Palacio”

Texto de Lisandro Duque Naranjo

     Del holocausto del Palacio de Justicia (6 y 7 de noviembre de 1985) quedaron, si acaso, para la memoria colectiva, las fotos de quienes constituían la plana mayor de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia y del Consejo de Estado inmolados en ese acontecimiento demencial. También, la grabación sonora y desesperada del magistrado Alfonso Reyes Echandía pidiéndole en vano al presidente Betancur ordenar el cese al fuego. En las placas conmemorativas del suceso erigidas en 2015, atendiendo la sentencia condenatoria de la CIDH, no fueron esculpidos los nombres de los magistrados auxiliares inmolados y mucho menos los de unas 55 personas más —distintas a los 35 guerrilleros del M–19— que conformaban el personal de cafetería y aseo, estudiantes de derecho, abogados litigantes, secretarias, mensajeros, etc., para un total de 104 muertos.

 De todos estos ignorados, o al menos de la mayoría que le fueron accesibles por los archivos, se ocupa Helena Urán Bidegain en su libro Mi vida y el Palacio (6 y 7 de noviembre de 1985). Pero el nervio de su relato está puesto en la reconstrucción de la trayectoria de su padre, Carlos Horacio Urán, magistrado auxiliar del Consejo de Estado, de quien existen pruebas fehacientes (y colectivas, pues todo el país lo vio por televisión saliendo vivo del Palacio el 7 de noviembre a las 2:17 p.m.), de que fue torturado y asesinado a quemarropa (ejecución extrajudicial), llevado luego su cuerpo a Medicina Legal en condición de “guerrillero” y, finalmente, trasladado a las ruinas calcinadas del Palacio, en donde se lo reportó como víctima del “cruce de disparos”.

 La autora revela hechos que pudieron haber determinado que su padre fuera un hombre que, después de salir con vida junto a muchos otros sobrevivientes, estaba condenado de todas maneras a morir: había escrito, un año antes, para el CINEP, un artículo sobre “Una nueva política para las Fuerzas Armadas”, en el que proponía una reestructuración completa del Ejército. Y agrega que si lo descubrieron en la Casa del Florero y se cebaron en él para obtener su identificación plena fue porque era moreno y vestía de manera muy informal, lo que al decir del general Fracica, a propósito de otros sobrevivientes que fueron llevados a un cuarto de “especiales”, “les ayudó su indumentaria y aspecto para no ser tomados como magistrados”.

 La autora, que tenía diez años en 1985, reconstruye la pesadilla que fue su existencia y la de su familia, su mamá y tres hermanas, a partir de esa tragedia. Voces sigilosas le recomendaban a su mamá que se fuera de Colombia, lo que determinó un peregrinaje por varios países: EE. UU., España, Uruguay, y aunque es de España, el País Vasco también. Enfatizo esto porque, siendo niña y habiendo aprendido el inglés en tres años en los Estados Unidos, el castellano de Bogotá se le confundió un poco y sus condiscípulos de Euzkadi le reclamaban expresarse en euskera. Un enredo.

 Las consecuencias emocionales del destierro para esta niña, adonde iba cargaba con la imagen de un padre muy afectuoso, se deben a ese holocausto que siempre nos arderá en la memoria. Con tantas vueltas de la vida, Helena Urán Bidegain se volvió una políglota, sin proponérselo, pero el libro Mi vida y el Palacio es una prueba de que jamás se le perdió el idioma paterno —su madre es uruguaya—, el que maneja de forma excepcional.

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Reinos mineral, vegetal y animal

 Texto de Lisandro Duque Naranjo

    La semana pasada hubo un foro revelador en Hora 20 sobre el tema de los combustibles fósiles. Cuatro expertos disertaron -entre los que había tres exministros de Minas recientes-, y todos coinciden en que le quedan cinco años de plazo a la explotación y uso energético del petróleo y algo menos al carbón. El descrédito de esos minerales es mundial. Lo curioso es que ninguno de esos exfuncionarios había tocado el tema en los últimos años. Ley del silencio. El hecho es que cuando Gustavo Petro, en su campaña presidencial, argumentó sobre los daños ambientales que ocasionan el petróleo y el carbón -lo que obligaba al mundo, desde hace años, a un viraje hacia las energías limpias-, le cayó encima todo el aparato político que después “ganó” las elecciones. Los “periodistas” fletados le desviaban el tema hacia sus zapatos “Ferragamo” y lo increpaban por “polarizador”. Pues bien, uno de los panelistas de ese programa, refiriéndose a la agonía del carbón, que ya no lo quieren en ninguna parte, informó que ese producto pasó de exportar 95 millones de toneladas en 2015 a 15 millones en la actualidad. Se acabó eso, chao Cerrejón. Y no deja de recordar uno cuando el río Ranchería, en La Guajira, fue desviado para atender una bonanza que hubo (ver documental El río que se robaron, de Gonzalo Guillén), mutilando a un departamento al que se le mermaron su otrora 39 % en el censo nacional de aves, sus parcialmente extintas 2.000 especies de plantas, su antaño 19,2 % de reptiles -que se regaron por todas partes a picar a los que se encontraran-, aparte de que los habitantes en el entorno del daño empezaron a caerse de sed y de hambre.

     Hace 15 años ya que los arenques del Báltico -fuente alimentaria de los escandinavos y especie que crea un tejido cultural desde los tiempos de los vikingos- están migrando al polo norte. Se les trepó el precio, antaño popular, a los sánduches de arenque con toronja. Y a la gran industria de enlatados. Los lenguados, besugos y salmonetes del Cantábrico español se están yendo, a su vez, para el Báltico. Los que se quedan, se hunden en las profundidades frías espantados por el calentamiento global, volviéndose inexpugnables para los grandes barcos pesqueros. Y nuestros pargos y róbalos ecuatoriales, por los mismos motivos, ya nadan en aguas de las Canarias y del Mediterráneo, como africanos desesperados.

    En cuanto a las pobres vacas, su boñiga produce el 15 % del metano que incide en el calentamiento global, y en las selvas -sobre todo en Colombia y Brasil donde los ganaderos adquieren gratis los baldíos para echar ahí sus reses a pastar (ganadería expansiva)- generan una deforestación que desequilibra la cuenca amazónica y es causa de inundaciones como la de Mocoa.

    Los cultivos de aceituna españoles -milenaria especie formadora de tradiciones y rutinas laborales- están cambiando sus ciclos de siembras y cosechas, afectando la economía y la cultura, e impactando la circulación comercial en la Unión Europea. Y también en Carulla, en Olímpica, etc., si es que aquí todavía nos consideramos parte de este planeta. Parece imperceptible ese avance de lo anómalo, pero ahí va. Cuando sean simultáneas esas derivaciones, sumadas a los centenares que son propias de un modelo de desarrollo codicioso, el caos llegará de súbito en más frentes de los que nos imaginamos.

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De La Habana viene un barco...

 

Texto de Lisandro Duque Naranjo

       Al día siguiente de abandonar Trump la Casa Blanca, los del Centro Democrático se sacaron de la manga su opción B: “La URSS aún existe” y “de La Habana viene un barco cargado de armas”. Lo que no pudieron durante cuatro años la CIA y el FBI en EE. UU., probar que Rusia había intervenido subrepticiamente en la campaña de Trump, lo tiene listo ya, con todo y pruebas, María Fernanda Cabal, la teórica del Centro Democrático, quien acaba de lanzar un nuevo tratado de geopolítica que instala a Colombia en el vértice de las intrigas mundiales. El brebaje estuvo a tiempo para despegar, ya sin Trump, ¡qué pérdida!, la campaña para el 2022. Y por supuesto incluye alertas de que Rusia y Cuba nos espían, y que se debe comenzar por romper relaciones con ambas. Volvimos a la belle époque sesentera, en versión caricatura, justo cuando Rusia se volvió capitalista y Cuba se ha convertido en una potencia mundial en medicina y ciencias de la salud, aparte de que con respecto a Colombia ha sido unilateralmente pródiga en dación de becas para cursar estudios de medicina, música, cine, arte, etc., y, sobre todo, en ofrecer su hospitalidad, cuando desde acá se la han solicitado, como facilitadora de conversaciones de paz. Minucias.

     Aun así, no me suenan expresiones como “ingratitud”, “felonía” ni “perfidia” para calificar las amenazas del Gobierno de acá de romper relaciones con Cuba. Esas palabrejas son muy melodramáticas y solo adecuadas en obras de repertorio clásico. En realidad, debieran tomarse por el lado risible esas historietas de espionaje que les atribuyen a los funcionarios diplomáticos de la isla en Colombia, al igual que a los de la Embajada rusa, de la que ya expulsaron dos. Si hasta me pregunto por dónde podría comenzar un espía, de cualquier país, tratando de descubrir secretos en esta república. En qué ciencia: ¿aeronáutica?, ¿biotecnología?, ¿ingeniería?, ¿farmacéutica? En COVID, menos, porque los cubanos y los rusos ya tienen sus vacunas para repartirlas solidariamente por el mundo, mientras que aquí ni siquiera las han comprado —que, desde luego, prefieren occidentales y a precio ideológicamente correcto—, quizás a la espera de que llegue alguien que les obtenga utilidad personal en cash.

     Lo correcto sería sospechar que el señor Uribe Vélez, el capo de todas estas intrigas, quiere moverse en las grandes ligas de la derecha internacional. Él es un megalómano y bravuconear con Cuba y Rusia le da caché, pues son países fogueados en conflictos de gran formato. Colombia ahí es un aparecido con ínfulas y su expresidente en realidad remite a la imagen rústica de un arriero regado en una fonda esgrimiendo una barbera. Por lo que le dio la edad, ¡qué vaina! Bastante costumbrista la escena. Uribe obtendría, obviamente, una utilidad adicional con toda esta alharaca que está armando: que se pueda atribuir a artes de espías “comunistas” todo ese saqueo continuado que anida en las instancias de poder y del que se benefician hacendados, caballistas, pastores religiosos, paracos, militares, contratistas de almuerzos escolares, adquirientes subrepticios de baldíos, comisionistas de las nuevas vacunas, etc. En síntesis, toda esa gleba que no necesita un sabueso de la KGB para ser puesta en evidencia.

 

 

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