El comandante
de la policía, general Palomino, exhibió el pasado fin de semana un afiche con
48 fotos, de menores de edad en su gran mayoría, supuestamente miembros de un
tal “cartel de los vándalos” que “causó los destrozos durante el paro agrario”.
Primero la
Policía había dicho que quienes
armaron tropel estaban
encapuchados, pero según ese
afiche los muchachos tenían sus
rostros descubiertos. Y además no
se los veía “en acción” propiamente, sino por
calles y carreteras, indignados al igual que miles de ciudadanos que
durante esas fechas comenzaron a anticipar una primavera en este país que parecía condenado a un
verano político extenuante.
Todavía recuerdo el debate nacional que hace como tres años motivó
la iniciativa de la senadora Gilma Jiménez Niño, de publicar en grandes vallas los rostros de
los exconvictos que habían cometido violencia sexual contra
menores. Ese proyecto, con razón, fue rechazado por los ciudadanos, pues incitaba al linchamiento, esa manera salvaje
de convertir a la multitud en asesina.
Es de esperar
entonces que, sobre la vandálica
publicidad de hace ocho días contra jóvenes
–que se acompañó con ofertas de
recompensas a quienes delataran a los fotografiados–, emitan sentencia los jueces. Porque no solo se violó el código del
menor, en lo que al uso de imágenes se refiere, sino que, así se hubiera tratado de gente mayor, la ausencia de pruebas, o el tamaño de la
presunta infracción, no permitía ese despliegue digno de grandes criminales.
De ese mosaico
fotográfico, sin embargo, fueron excluidos
ciertos tipos grandecitos ya que, protegidos por agentes del
“orden”, fueron grabados in fraganti,
por celulares, en el momento de quebrar
a caucherazos ventanas de residencias
particulares. En Boyacá, una campesina
grabó a ninjas del Esmad que apedrearon su casa. Y les decía: “! Véanse
esta noche en youtube!”. Cómo son de
agradecidos los boyacenses para los juegos de palabras: se pusieron de ruana al
país, le sacaron la leche al Gobierno, son muy buenas papas. Ví este grafiti en una pared bogotana: “Mi abuela me enseñó a
luchar por la papa”.
Parece rota ya,
ojalá para siempre, la hegemonía
“noticiosa” de las “grandes
cadenas”. Se las ve íngrimas en la mentira. Las cámaras sueltas por ahí son las que denuncian los abusos de la
autoridad.
Ese relevo en
la reportería, producto de una cultura digital masiva, parece estar siendo
entendido ya por quienes gobiernan. Aquí y en Cafarnaúm. De momento, el único procedimiento que se les
ocurre para repelerlo es tirarles gases y chorros de agua a quienes esgrimen
celulares. Pero es que son tantos, mejor dicho es todo el mundo. ¿Qué irán a
hacer? Que viva la tecnología.
Los jóvenes se
despabilaron, se han politizado. Y está equivocado el general Luis Eduardo
Martínez, comandante de la policía de
Bogotá, cuando dice que los malcriados
son apenas los de “universidades públicas y
colegios de bachillerato”, lugares que recomienda intervenir “para
restituir el civismo, la urbanidad, los valores”, y demás boberías.
En cuanto a los
campesinos, dejaron de ser esas figuras
costumbristas que agachaban la cabeza para mirar su sombrero entre las manos.
Ya no posan como para el “Angelus” de Millet, todos melancólicos. Ahora tienen
una piedra del carajo. Y por supuesto no iban a hacer una huelga para exhibir sus cebollas, sus quesos, su
café, en los bordes de las grandes vías, como si ofrecieran agricultura típica.
Muy turística la cosa, según lo querían los de las emisoras. No, qué cuento.
Por: Lisandro
Duque Naranjo