“Este antioqueño del Valle del Cauca, se hizo
verbo, sujeto y predicado, y habló durante [muchas] horas”. Así introducía
Diego León Hoyos su entrevista1 con
nuestro homenajeado hace 36 años.
Hoy por hoy, el ímpetu verbal de quien
durante casi medio siglo ha estado en la primera línea de todo lo acontecido
con el cine colombiano, no merma. Al contrario, se incrementa parejo con una
febril actividad que ya deja cinco largometrajes2,
y uno más en camino, a la par de numerosos cortos y medio metrajes de variados
soportes, estilos y géneros, amén de un extenso listado de títulos para la televisión
pública y privada; una carrera docente de largo aliento que en la actualidad lo
tiene al frente de un programa universitario3 en
cinematografía; dirigente gremial batido en muchas guerras, cuya fogosidad le
ha dejado por igual cicatrices y dignidades. Carga, desde muy joven, una pluma
afilada y prolífica para proclamas, denuestos y manifiestos; hace crítica de
cine, análisis socio políticos y mordaces retratos del gremio cinematográfico.
Desde finales de los noventa escribe sobre Lo divino y lo humano4, su columna quincenal de El
Espectador, y ahora hace pública su pasión por el quehacer literario, de
cuya copiosa producción apenas conocemos los derivados en que se han convertido
algunos guiones y películas. De todo esto y algo más se conversó durante dos
tan largas como gratas y floridas sesiones en las que Víctor Gaviria y Diego
Rojas trataron de seguir un cauce, aunque la mayor parte del tiempo se
abandonaron a los rápidos y remolinos de su inefable conversador, quien a su
vez se deja llevar por “esa mirada fisgona, semioculta y traviesa”5.
Intentemos una semblanza
del escritor, artista, y hombre de la cultura nacido en Sevilla6 , Valle del Cauca, que se define por “su condición culturalmente anfibia
al ser identificado como cineasta por los escritores, como una especie de
escritor por los cinéfilos, como un antropólogo por los teatristas y como un
bohemio por los militantes de izquierda” 7.
A mí siempre me persiguió eso y me sigue
persiguiendo. Soy muy pudoroso para hablar de eso. Me dicen ¿qué estás haciendo
ahora? y soy incapaz de contestar: estoy escribiendo una novela. Hablo con
Anais8 [esposa] o con Amalia9 [hija] y me preguntan ¿qué vas a hacer
hoy?, me queda imposible contestar: “voy a trabajarle a la novela”. Si acaso
digo: “ahí estoy trabajando un materialito”. Siento mucho pudor, pero yo sí
noto que, desde muy joven, por ahí desde los 16 años, estoy escribiendo. Tuve
periódico en el Colegio Santander, se llamaba Idearium, y lo escribía yo
todo, desde el editorial. Después tuve otro, ya más pretensioso, un periódico
político del que saqué tres ejemplares, como de dieciséis páginas, y yo hacía
casi la mitad, pero era mío: yo lo llevaba a Armenia a la imprenta, conseguía
la publicidad, entonces, yo siempre he sido es escritor. Me metí de chiripa en
lo cinematográfico, que me encantaba. Tenía un programa cultural en Radio
Sevilla, cuando estaba en quinto de bachillerato, y hacía notas sobre las
películas que se veían.
¿Qué escribías?
Artículos con pretensión literaria pero, visto ahora, eran deplorables:
muy almidonado en la prosa. Sevilla es un pueblo que ha tenido una tradición
cultural, literaria sobre todo, y siempre había que escribir utilizando
palabras como gonfaloniero, que a mí me encantaba sin saber qué
significaba. No está en el diccionario pero era como una especie de expresión
romana alusiva a un líder.
Mucho latinajo, Idearium, por ejemplo, y en los artículos
iniciales utilizaba conceptos como arpa, el instrumento musical, y los arpegios,
porque lo que me gustaba era la sonoridad de ciertas palabras, pero era
ridículo. Es que así escribían mis paisanos, los adultos, los literatos
oficiales. Había una tradición de escritores locales, de Sevilla era Lino Gil
Jaramillo, que fue un importante escritor de esa generación de los “tripulantes
de un barco de papel” de El Espectador, de “Los Nuevos”, con Luis
Vidales, con Jaime Barrera Parra, con Alberto Lleras Camargo. Y Lino, con su
hermano Pedro Emilio, tenían ese estilo. También otra familia, los Toro
Echeverry, Hugo, a quien mataron en el 58, y Óscar, quien abrió un discurso
para inaugurar la Casa de la Cultura de Sevilla, por ahí en los ochenta, así: “asistimos
para inaugurar esta mansión de Píndaro, de Píndaro de Cinocéfalos, donde
aspiramos a formar los talentos en agraz. Ya veo yo a estos jóvenes en trance
de celebridad, viniendo aquí a esta casa de la cultura a olvidarse de los
oficios anchescos del precio del grano en los mercados internacionales y
dedicarse así a los placeres de la prosa y de la poesía”. Era, como es
obvio, una construcción muy adornada que a mí al comienzo me seducía mucho.
El estilo greco quindiano…
El greco quimbayismo en su expresión más exaltada. Me encantaban los
escritores grecos: manizaleños, calarqueños, como Baudilio Montoya, un poeta
importante, y digamos que yo, en esa fase de escritor juvenil con mis
periódicos, escribía con ese tono, me impactaba mucho ese tipo de prosa.
¿De qué escribías?
De política más que todo.
Pero también, decías, te gustaba mucho el cine, y recuerdas la llegada de Sarita Montiel al pueblo.
Claro, es que Sevilla era la capital cafetera de Colombia, un pueblo
riquísimo. El Valle del Cauca tiene 34 municipios de cordillera, todos
cafeteros y todos de origen paisa. En las cordilleras central y occidental, en
esa violencia de los años 50, el partido conservador militarizó, conservatizó a
sangre y fuego a 32 de esos municipios, incluido Caicedonia, que queda a 20
minutos de Sevilla. Con Sevilla no pudo. Es que en pueblos como El Dobio,
Darién, Versalles, El Águila, Anserma Nuevo, Ulloa, Alcalá, Cartago, etcétera,
el partido conservador consolidó su victoria militar en 4 o 5 meses. Con
Sevilla no pudo por ser un pueblo riquísimo y aquí se me sale el marxista:
tenía una oligarquía local de comerciantes y de propietarios cafeteros con
muchos intereses en común sin importar si eran liberales o conservadores. En
Sevilla los conservadores no fueron muy radicales en el seguimiento de esa
consigna de Montalvo de “acabar con los liberales a sangre y fuego”; era lo de
Builes, “empedrar las calles con cabezas de liberales, matar a un liberal no es
pecado”. En Sevilla eso no funcionó.
Aparte de que la fundó el hermano de Rafael Uribe Uribe….
Por supuesto, don Heraclio Uribe le imprimió un espíritu, llamémoslo
provisionalmente cosmopolita y nacional, a ese pequeño municipio, porque era un
fundador de lujo, era un fundador liberal, hermano de Rafael e hijo de don
Tomás Uribe, una familia de Valparaíso, Antioquia, de cafeteros ricos y de
prestigio nacional. Don Heraclio escribía en El Tiempo viviendo en
Sevilla, y el viejo vivió hasta el 48, vivió 45 años en el pueblo que él fundó.
Él le dio al pueblo un caché intelectual que influyó enormemente para que
Sevilla se creyera, y en cierta medida lo fuera, una especie de epicentro
cultural. De Pereira, por ejemplo, la familia Gil Jaramillo vino cuando Lino y
Pedro Emilio eran unos sardinos porque había que vivir allí. Sevilla atraía
mucho, con grupos culturales como “El Ateneo” desde los años 20. Recuerdo al
cura Zawadsky, caleño de mucho prestigio que fue párroco durante 25 años. Su
familia era dueña de El Relator, periódico liberal del Valle del Cauca,
y el cura fundó uno llamado Dios y Patria, que tenía más páginas que El
Tiempo, aunque salía cada mes. Traía artículos sobre Simón Bolívar porque
el cura era un experto bolivariano, y era un párroco liberal.
Caleño, pero liberal. Yo creo que eso influyó mucho.
¿Cómo se llamaban los cines de Sevilla?
Teatro Real y Teatro Alcázar. En el Real se exhibía cine americano, y en
el Alcázar cine mexicano, y uno se alternaba: vi películas con Jorge Negrete,
con Pedro Infante, con Cantinflas en el Alcázar, y en el Real todas las
americanas que pude. Sevilla era una plaza con tan buen nivel de vida que, no
se me olvida, allá llegó Libertad Lamarque, yo tendría por ahí 10 años.
Después, se le hizo premier a Veracruz10,
un vaquero con el sex simbol latino de la época, Sarita Montiel, quien allá
llegó seguramente en medio de una gira nacional.
Ahora, ese muchacho tan inquieto, por más ambiente y contemporáneos que lo rodearan, proviene también de unos padres muy especiales. ¿Cómo eran ellos?
Los regalos de cumpleaños de mi papá eran, por ejemplo, una suscripción
a la revista Life en español, o a Selecciones del Reader Digest. También
una colección literaria Tor que tenía obras como La Ilíada, La
odisea, El paraíso Perdido, Crimen y castigo. Unos libros grandes de papel
rústico pero grueso con el pliego doblado: para leerlos había que ir cortando
las páginas. Mi mamá tenía un álbum de poemas románticos que recortaba de las
revistas y de los periódicos, un libro grande y precioso. Ahí uno leía a José
Ángel Buesa, a Amado Nervo, a Julio Flórez, a Gustavo Adolfo Bécquer: “volverán
las oscuras golondrinas, de tubalcón sus nidos a colgar…” ella nos declamaba
eso. Y cada que cumplían años sus hijos o sus sobrinos nos hacía un acróstico,
un poema con las iniciales del nombre.
Y también tenía un especial sentido del humor. ¿Cómo es la historia del
accidentado?
Había un pintor de apellido Escalante quien, paradójicamente, era el
único que escalaba la Iglesia para pintarla cada 2 o 3 años. Todo el pueblo
miraba a Escalante pintar, y él usaba cachucha. Un día se cayó Escalante y se
mató. Cuando le contaron a mi mamá preguntó: ¿y se le cayó la gorra? Ella murió
en el 82 y, en un homenaje que le escribí, conté que después de terminar mi
bachillerato me dediqué 5 años a jugar billar de 4 de la tarde a 12 de la
noche, apostando plata.
Después nos íbamos a la casa de Álvaro López
a jugar póker hasta las 6 de la mañana. Mi mamá me despertaba a las 3 de la
tarde para llevarme el almuerzo a la cama. Yo debí haber sido un malcriado
porque si eso de que consentir a los hijos es malcriarlos, yo debería haber
sido un bandido. Pero no, soy un tipo laborioso, trabajador.
En medio de esa vida publicaba mis cosas y
fui empresario de artistas, de los nadaístas. Íbamos a Pereira, Armenia, Buga,
Cali y, claro, a Sevilla, con un espectáculo llamado Átomos a GoGó para la
paz: conjuntos de rock con los Yetis y Juan Nicolás Estela, Pablo
Gallinazo, Eliana, Gonzalo Arango, Jota Mario. Todo esto entre el 63 y el 68.
Cinemateca, n° 2, octubre 1977.