Un texto de
Lisandro Duque Naranjo
No hay ninguna diferencia entre el adjetivo de
“atenidos” que les dio la señora Marta Lucía Ramírez a los hambreados que
claman por comida, o por subsidios, desde los barrios, y la frivolidad con que
el presidente, en una moñona del fin de semana, desembolsó $9.000 millones para
carros blindados y $9.000 millones para municiones del Esmad. Cualquiera
traduce estos gastos como inoportunos, pero por supuesto tienen su lógica: son
previsiones del Gobierno ante la eventualidad de que colapse el país -y digamos
que hasta el mundo-, luego de que el COVID-19 haga trizas (ahí sí) el modelo de
mercado y de sociedad que nos ha conducido a esta patología. Porque a estas
alturas nadie puede negar que el corona virus es un derivado de la depredación
del medio ambiente, una venganza del planeta frente a las fuerzas del mercado
que no respetan los nichos sagrados de la naturaleza. En todo caso esas platas
son una chichigua si en realidad son para enfrentar a las hordas de “atenidos”
cuando la indignación de su hambruna las saque a las calles. Ahí se sabrá que
los atenidos son otros.
El mismo fin de semana, el presidente había
hecho un “préstamo blando”, que es como se le llama a un donativo, de $226.000
millones a los “agricultores”, teniendo buen cuidado de que el 94 % de esa
cuantía fuera para los grandes propietarios de la tierra. Se replicó, pues, el
virus de AIS, en plena vigencia del corona virus, con la diferencia de que
Andrés Felipe Arias no necesitó encerrar a los colombianos en su casa. En esa
época no era necesario, pues la pandemia de entonces era apenas de resignación.
Aunque da pena agregarlo, ya que es
inverosímil, tocará contar que en esa piñata presupuestal el presidente se
auto-giró $3.350 millones, raponeados a la paz -de frente, pues el decreto
mismo lo confiesa-, para “posicionar” su imagen personal como mandamás de esta
parroquia. Algo así como robustecer su “carisma” para enfrentar las novedades
que le esperan a este país desmantelado: Duque se siente el Churchill contra la
post-pandemia. La verdad es que inflar la reputación presidencial con plata es
como llenar un costal a punta de agua.
Simultáneamente se “flexibilizaron” los
trámites -sobre todo para consultas con las comunidades- respecto a licencias
para minería extractiva. Cuentan que también se chorrea glifosato y se practica
fracking. Bueno, y se chuzan teléfonos. Quién iba a creer que los asaltantes le
darían ese uso a los tapabocas. Rinde el trabajo en Palacio y ni siquiera
necesitan las sombras.
Tan escaso es el repertorio del presidente, salvo
para lo que no sea honorable, que para informar de una medida apenas obvia y
penosa, apareció en la televisión con toda la parafernalia de una primicia
memorable y dijo: “Se les pagarán a los médicos los salarios atrasados”. ¡Buena
esa! Habemus presidente.
Y mientras tanto los presos, los peor tratados
entre los “atenidos”, se infectan por docenas. Ellos son la joya de la corona
virus. Y encima de eso los trastean para que contagien a los de otras cárceles.
Ya el solo hecho de que estuvieran hacinados, en una proporción de cuatro a
uno, antes de la pandemia, era de una vileza extrema, pero el trato que reciben
ahora confirma lo pervertidos que son la ministra, el fiscal y el dueño del
Inpec. En realidad, estos funcionarios son unos verdaderos doctores Mengele. Y
uno sin creer en la maldad, qué vaina.