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¿Cómo será la pospandemia?

Un texto de Lisandro Duque Naranjo
Los capos del poder parecieran estar pensando en serio que todo se va a acabar, cuando en realidad lo único que está amenazado es el modelo económico y cultural, que ya venía siendo insostenible para la humanidad desde mucho antes del COVID-19, pero al que este terminó anticipándole su caducidad. Digamos entonces que tienen razón en sus miedos. Y claro que, sintiéndose ellos los dueños de todo —incluyendo los recursos públicos—, es natural que estén tratando de recuperarlos en cash, que para eso son gobierno.

Cuentan varios medios que la semana pasada les fueron otorgados por el Gobierno préstamos blandos y subsidios, a través de Finagro, en la cuantía de $260.000 millones, a empresarios del campo en esta proporción: 2 % a propietarios pequeños, 4 % a propietarios medianos, y el resto, 96 %, a grandes propietarios, tipo Ingenios Providencia y Cauca, etc., los mismos que ya recibieron por el gobierno de Uribe —a quien también le tocó un pedacito de eso— los famosos AIS. Esto, agregado a la billonada que a comienzos de la pandemia, y para que la administrara, se le entregó al señor Sarmiento Angulo, demuestra que la plutocracia nacional está raspando la olla, con la ayuda de Carrasquilla que teletrabaja bastante haciendo transferencias en las penumbras. Los humildes, entre tanto, reciben chichiguas, aunque son más las que les raponean mediante cédulas piratas. En realidad, la pandemia no debiera ser tanto motivo de sufrimiento para quienes tenían sus plusvalías a buen recaudo, pero la verdad es que son insaciables, a diferencia de los trabajadores, incluidos los ambulantes, a quienes se les vino encima, de súbito, el hambre total, y que por eso mismo deberían merecer la prioridad en los recursos de emergencia. Pero no: estamos en Colombia, y al Gobierno le duelen son los gremios: “Tranquilos, levantaré la cuarentena para que abran sus industrias y almacenes, y ya veremos qué hacer cuando se suba la curva”. El problema es que así las calles se llenen de transeúntes, estos ya no van a comprar tanto, pues muchos tienen remordimientos por haber comprado demasiado antes del COVID-19. En muchos casos, la gente no va a contenerse en sus consumos solo por la escasez de fondos —en el país, en el mundo—, sino porque va a sentir una especie de pudor de volver al desenfreno anterior. Aquello era un vértigo que solo cuando la humanidad frenó en seco, como lo está haciendo ahora, ha tenido tiempo de valorarlo. Eso era una anomalía ética, que los pobres sobrellevaban en un silencio del que están saliendo.

No vamos a volvernos ascetas, por supuesto, ni caseros, pero sí siento que esas superestrellas con avión propio van a tener que venderlos, quién sabe a quién. Y resignarse a conciertos virtuales, que para eso es la tecnología. Lo mismo el fútbol: cuando se puedan abrir los estadios, y si acaso los llenan de hinchas, Cristiano Ronaldo y Messi serán unos troncos ya, como para festivales del recuerdo. James, para entonces, seguirá buscando un buen equipo para jugar PlayStation. Y las barras bravas de todo el mundo estarán en geriátricos, mirándose sus tatuajes y viendo por TV los clásicos de antaño. Pero obvio que mientras eso ocurre, que para antier es tarde, el presidente de la Dimayor seguirá haciendo lobby para que le den una platica. Los médicos volverán a ser respetados y los presos se habrán fugado en estampida.