A vuelo de pájaro calculo que en las
movilizaciones recientes ha habido al menos un 80 % de jóvenes que no exceden
los 30 años. Y que entre esta muchedumbre juvenil, otro 80 % lo constituyen los
llamados centennials, muchachas y muchachos nacidos a comienzos de este siglo
XXI. Se trata de una generación con una percepción del tiempo vertiginosa, muy
distinta a la de las que la precedieron, que comparativamente resultaban
parsimoniosas. La subjetividad espacio-temporal de estos posadolescentes, en
cambio, tiene otro ritmo. Eso explica que su presencia permanente en las calles
—la que ya cumple 19 días, con alargues nocturnos para conciertos y
cacerolazos— haya superado, sin duda, las históricas duraciones de antes, que
si mucho alcanzaban para dos o tres días, no tanto porque hasta ahí aguantara
el frenesí contestatario, sino porque antaño la tecnología era escasa, a
diferencia de ahora, cuando los interesados en manifestarse (sobre todo en las
ciudades) se pueden convocar los unos a los otros de manera instantánea en
algún lugar, o en varios, simultáneamente, según el sitio en el que habiten,
hasta que terminan armando sus parches en los parajes más disímiles de las
ciudades. Eso militarmente no lo controla nadie, aunque siempre le apuntarán a
un Dilan Cruz en Bogotá o a un Duván Villegas en Cali. Pero hay otra energía
ciudadana, una resistencia emocional completamente inédita, una geopolítica más
accesible y unos reflejos más inmediatos. Aparte de que hay mayor información y
en tiempo real. El ensayo general de estas movilizaciones ocurrió en diciembre
—¡también!— del 2013, cuando Gustavo Petro llenó cinco días seguidos la Plaza
de Bolívar en solidaridad por la destitución que quiso infligirle el procurador
aquel.
En el paro actual, los propios dirigentes gremiales,
gente adulta, han sido desbordados por la espontaneidad incesante y la
creatividad inusitada de tantos colectivos juveniles, muchos de ellos formados
en las recientes movilizaciones estudiantiles. El arte, obviamente, ha aportado
su vocación callejera, musical, carnavalesca, teatrista. Las muchachas
feministas viralizaron mundialmente un coro antipatriarcal, nacido en Chile, y
que en tres días apenas se cantaba en todos los idiomas. Faltan las distintas
diversidades —la sexual y la étnica—, y la Dignidad Agropecuaria. Pero ya
vendrán, hay tiempo. Y como caída del cielo, llegó a dar una mano ancestral la
Guardia Indígena, que volvió antiguo al Esmad y fue acatada en su autoridad
simbólica por una muchedumbre que reconoce en los pueblos originarios a los
vigilantes de la heredad planetaria amenazada por las fuerzas desatadas del
mercado. Para la sensibilidad urbana contemporánea, ya no hay riesgo de valorar
a los indígenas como pintorescos, sino como lo que son: los aliados
estratégicos para la sobrevivencia de la especie. El eterno retorno.
Son demasiadas primicias culturales al tiempo
como para que no les sea imposible descifrarlas a las fuerzas políticas que se
quedaron en el siglo XX. Comenzando por el Centro Democrático, que carga con la
tragedia de ni siquiera haber salido del siglo XIX. Viéndolo bien, debiéramos
conservarlos —sobre todo a Mejía, Cabal y Valencia, aunque todos juntos en su
rincón se ven más completos, con su jefe— como ejemplares del Homo sapiens que
testimonian una antigua era de la evolución.
Por: Lisandro Duque Naranjo