Desde el primer cacerolazo, el Gobierno se sacó
de la manga unas “conversaciones” dilatorias para pasmar la oleada callejera
que se puso en marcha desde el 21 de noviembre. Pero esta comenzó a crecer
hasta volverse inextinguible y hoy lunes cumple 32 días. Aunque en palacio les
aterra lo multitudinario de todo esto, pensaban que por provenir de colectivos
tan heterogéneos los liderazgos se atomizarían, lo que le restaría cohesión al
conjunto: que indígenas por aquí, mujeres por allá, estudiantes regados por
todas partes, artistas por acullá y proletariado sindical en las plazas
memoriosas. Que a esa “turba” no la juntaba nadie y que apenas empezara el
vapor de la natilla y el “jo, jo, jo” de Papá Noel, volveríamos a la
resignación clásica. Pues calcularon mal la caducidad de la indignación, y los
contestatarios ahora consideran holgado el tiempo de negociación que hace un
mes era excesivo. Y ahora viene el 24, el 31 y hasta el Día de Reyes, y si el
Gobierno quiere, le encimamos también el Domingo de Ramos.
El problema era unir esas piezas disímiles que
podían irse cada cual por su lado en este mes de distracciones. Pero se
aliaron, y todos los jóvenes, gremios, etnias, artistas, parches, diversidades,
ciudadanías nuevas, mejor dicho, los que recién descubrieron las calles codo a
codo, nombraron sus representantes en el Comité de Paro. Hay cupo todavía. Como
los “conversadores” necesitaban que la charla se extendiera hasta el infinito,
o hasta que naciera el niño, para quemar tiempo, pidieron “precisar” más los
términos del documento, y obvio que los 13 puntos del principio se volvieron
104, que no son más que derivaciones inevitables del pliego fundador, urgencias
que pueden diferirse porque de momento tampoco vamos por todo. Y que se calme
esa alharaca de los medios fletados.
Respecto a exigencias impostergables de la
marejada humana, por ejemplo, el tema de las pensiones —que es un asunto
mundial que inflama las calles de Francia, Chile y las de aquí—, el de la
reforma tributaria, la del desmonte del Esmad y la del respeto al Acuerdo de
Paz, deben ser inamovibles. Y justo frente a eso el presidente improvisa
respuestas desesperadas: esta semana hizo un show de democracia compasiva y
llenó el palacio de ancianos pobres y sin pensión para ofrecerles $80.000 cada
dos meses. Qué miseria. El Centro Democrático (CD) en el Congreso metió hasta
la empuñadura su reforma tributaria, y no fue propiamente un agente del foro de
São Paulo, David Barguil, quien abandonó la sesión en protesta por los
subsidios que la reforma tributaria les concedió a las farmacéuticas para
consolarlas por los controles en las tarifas de algunos medicamentos. Hasta a
ellos mismos les da pena.
En cuanto al Esmad, lo incrementó en 34.000
efectivos, con psiquiatras de compañía para seguir el consejo de Mockus. Los
hubieran usado para ahorrarnos los falsos positivos de Dabeiba y de Ocaña.
Pero ya se les torció la hermana y la mamá de
Dilan, intimidadas para que guardaran silencio. Por una casita. Táctica obscena
ya ensayada por el fiscal aquel, con la viuda e hija de los envenenados Pizano,
padre e hijo. Pero los muertos acosan, y la hermana y madre del mártir de estas
jornadas no aceptan ahora que el victimario sea “juzgado” por un tribunal
militar. Tampoco, tampoco. Y para concluir, fue bautizado como Dilan el hijo de
Dimar Torres. El país es otro.
Por | Lisandro Duque Naranjo