El Gobierno colombiano, desde sus comienzos
hace 15 meses, tiene su propio concepto de país, que no guarda relación ni con
sus obligaciones constitucionales ni con la Colombia llamémosla contemporánea,
que independientemente de que no lo haya elegido está inscrita tácitamente en
unas expectativas inspiradas en el Acuerdo de Paz, un acto de Estado. Aun así,
y aunque no haya virajes como consecuencia de la renuncia forzada que tuvo que
presentar el ahora exministro de Defensa Guillermo Botero, cuya moción de
censura —por los valores vinculantes que tendría— debiera continuar y
consumarse en la sesión correspondiente prevista para esta semana. Así las
cosas, debería hacerse también extensiva la moción de censura a otros altos
funcionarios, sobre todo a los implicados en el bombardeo en el Caquetá, todo
ese generalato de halcones que le dio a la supuesta cuadrilla de “Gerardo el
Cucho” un trato que le sobredimensiona su importancia como si estuviéramos ante
una figura insurgente de gran jerarquía. Más reprobable esa teatralidad
militar, tan aparatosa, si aparte de ser el objetivo de la operación una figura
de poca importancia de las disidencias, quienes estaban cerca de él, y
perecieron, eran ocho menores de edad, entre ellos dos niñas de 16 y 12 años.
Hace más peregrina esa desproporción el hecho de que hubiera ocurrido dos días
después de que Iván Márquez, Jesús Santrich y el Paisa, a centenares de
kilómetros, hubieran hecho un pronunciamiento de volver a las armas. Para las
distancias entre esas selvas y llanuras, los “reflejos” castrenses resultaron
excesivamente rápidos. Obvio que fue por eso por lo que, al descubrir el
exceso, le dieron al demencial infanticidio un perfil bajo, sin calcular que el
presidente, con muchas ínfulas e ignorando quiénes habían sido las víctimas, le
daría el rango de “impecable”.
La intención, sin duda, es publicitar
unilateralmente un falso estado de guerra, con el espectáculo, supuestamente ya
superado y para que la gente vuelva a acostumbrarse a él, de cuerpos
despedazados para satisfacer a los sectores de opinión adictos a las escenas de
morgue a manera de pan de cada día. Evidentemente la cúpula militar, bajo el
mando de Nicacio Martínez, empezó hace dos meses —lo de San Vicente del Caguán
fue el 29 de agosto— a escalar los falsos positivos a operaciones de mayor
vistosidad. Le resbaló, sin duda, la denuncia que hizo The New York Times hace
seis meses, en mayo, cuando ya se había producido el mentiroso forcejeo, con
entierro acompañado de su moto, de Dimar Torres. Esto fue en abril. Y después
vendrían los asesinatos sucesivos de indígenas que permiten calificar los
episodios del Cauca como un verdadero etnocidio tipo Far West. El caso de
Flower Trompeta fue el último en el que los militares fueron pillados en
flagrancia, según lo demostró con brillantez de forense Roy Barreras en el
Congreso.
El Centro Democrático está en pérdida, sin
duda, mas no por eso desiste de imponernos su hegemonismo, aun después de su
derrota electoral y de los ministros y militares que se le irán desplomando.
Menos mal que su jefe anda tan desvirolado echándole la culpa de sus
calamidades al foro de São Paulo, a Cuba, a la ONU y a Venezuela. Por algo se
olvidó de Sinaloa. Pero no hay que confiarse, porque una fiera herida es muy
peligrosa.
Por | Lisandro Duque Naranjo