Ojalá algo inédito haya ocurrido ayer en las
elecciones colombianas, que a estas horas, o desde anoche mismo, fuera un
reflejo —aunque sea solo en las urnas— de lo que pasó en Ecuador hace dos
semanas y que en Chile todavía no termina: que a la derecha neoliberal le han
dicho “¡basta!”. Las muchedumbres en las calles. No son exclusivamente
izquierdistas esas legiones de indignados, como tampoco fue un llamado de otros
partidos lo que las sacó espontáneamente de sus casas, primero a los
estudiantes de bachillerato a saltarse las registradoras del metro, por el alza
en los tiquetes, y después al resto de chilenos a invadir avenidas y plazas
para protestar contra otros abusos pendientes. Un poco antes, el presidente
Piñera faroleaba conque su país era un “oasis” comparado con sus vecinos
inmediatos: Ecuador, donde las huestes indígenas se alzaron contra su
presidente, Lenín Moreno, por duplicar el costo de los combustibles, hasta
hacerle agachar la cabeza y volver a dejar todo como estaba antes, con tal de
que le desocuparan las ciudades. Lo que se vive ahora allí, sin embargo, es el
prólogo de nuevas gestas. En Argentina, hace pocas semanas, en las urnas —lo
que se debió corroborar ayer en las elecciones de ese país—, al señorito Macri
le bajaron los humos de malevo sacándolo por la puerta de atrás de la Casa
Rosada. En Colombia, donde Duque sigue sin dar pie con bola en lo que se dice
nada, su jefe continúa convocando a los villanos a inundar de sangre el
“posconflicto” (el último crimen contra un desmovilizado fariano, Alexánder
Parra, fue el viernes pasado, en su propio ETCR, aumentando a 168 los
asesinatos contra esa organización desarmada). Únicos pero insuficientes
contestones al régimen local: los estudiantes. Confiemos en que para el resto
de la sociedad colombiana, afectada por horizontes peores incluso que los que
levantaron a todo Chile, la procesión vaya por dentro y no demore en reventarse
tanta fermentación. Ayer, y sin poder adivinar este columnista el pasado, los
resultados electorales algo debieron haber demostrado al respecto.
El hecho es que el “oasis” de Piñera era un
espejismo apenas y esa cierta sonrisa se le borró del rostro. ¿Cuánto tiempo
les llevó a los chilenos acordarse de la canción “Te recuerdo, Amanda”, de
Víctor Jara, hasta comenzar a esparcirla por los corredores y a sacarla por las
ventanas de los edificios, donde los ciudadanos se encerraron a cumplir el
toque de queda? 46 años.
Inevitable decir algo clásico: el modelo
neoliberal del mercado a ultranza, como rector de todas las instancias de la
vida —la salud, la educación, la tierra, la vivienda, el transporte, el medio
ambiente, los servicios públicos, la cultura, etc.—, es insoportable hace rato,
pero solo ahora —en tiempos de globalidad informativa, que algo más produce
aparte de trivialidades y falsas verdades— está generando un repudio universal,
porque la gente ha dejado de sentirse solitaria en su resistencia cotidiana a
la mentira y la codicia extremas. Países disímiles a los que la adversidad
golpea de manera desigual, en proporción a su desarrollo, se alzan irritados y
se influyen los unos a los otros en una reacción en cadena: Francia, Haití,
Hong Kong, Puerto Rico, Cataluña, Ecuador, Chile... se lanzan a la intemperie.
Faltamos nosotros, obviamente, para sumarnos a ese nuevo contrato social que ya
no da espera.
Por | Lisandro Duque Naranjo