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El metro de diferencia


Desoyendo a sus asesores, Hollman Morris aceptó la invitación de varios colectivos de mujeres, de diversas tendencias, y estuvo presente en un evento feminista para debatir políticas de género con los otros tres candidatos a la Alcaldía de Bogotá. Finalmente al acto apenas asistieron él y Claudia López. Los dos ausentes —Galán y Uribe Turbay— hicieron bien no concurriendo: a ambos les hubiera quedado grande el tema (con la concurrencia de 800 mujeres), pues el feminismo ha construido un discurso que transgrede la rancia lexicografía en que se han movido con holgura este par de delfines, en mayor grado Uribe Turbay. Incluso Claudia López, aunque respondió con fluidez, en algún momento confesó que la especificidad de algunas preguntas la sobrepasaba, pues su experiencia no era propiamente como feminista.

Hollman hubiera podido ser el gran sacrificado si recordamos el escándalo mediático que hace meses le hizo su exesposa, por desavenencias privadas, nada punibles y ya falladas por un juez, y el caso de una periodista que lo acusó de haberla asaltado con un beso inconsulto hace ocho años en Madrid. Aunque para los besos robados durante la primera década de este milenio no aplica la retroactividad, es evidente que esos arrebatos del donjuanismo del siglo XX, y de ahí para atrás, ya están obsoletos y según feministas de ahora son dignos de sanción, al igual que los piropos. Adiós a ese folclore patriarcal.

El hecho es que Hollman se sobrepuso con coraje a sus propios temores por los efectos que esos episodios pudieran acarrearle frente a un auditorio vehemente. Pero las casi 1.000 mujeres tuvieron la madurez de no enrostrárselos. Relajando la atmósfera, el candidato abrió así su intervención: “estoy desaprendiendo el machismo”. Y se entró en materia.

Obvio que Claudia López y Hollman Morris, en sus proyectos de ciudad, coinciden en algunos criterios, por ejemplo, sobre la mitigación del calentamiento global, o la compactación de la ciudad para que sus habitantes no se expandan a la periferia, y menos hacia el norte (lo que afectaría la reserva Van der Hammen), y acerca de políticas de salud, respeto por la diversidad, etc. Pero tienen propuestas muy opuestas en otros temas cruciales: en educación, por ejemplo, ella ofrece 40.000 becas universitarias para jóvenes de bajos recursos que apliquen a carreras “que sean del interés del empresariado”. Su Alcaldía, pues, hará igual que esos papás déspotas que les dicen a sus hijos: “¿Sociología? ¡Mejor estudie algo práctico!”, lo que levanta un muro a la fantasía de los bachilleres que quieran ser artistas o científicos sociales. Ese dirigismo estatal es un chantaje a los muchachos para que sometan sus vocaciones a las necesidades del mercado. Hollman, por el contrario, plantea crear universidades públicas, no limitando los saberes que la inspiración les dicte a los escolares.

Y bueno, está el metro de diferencia. Ella se resigna a ejecutar el metro elevado, por razones de continuidad administrativa, lo que condenaría a la ciudad a sobrellevar un engendro urbanístico a perpetuidad. Él defiende el metro subterráneo, con argumentos que le agradecerán nuestros nietos y las generaciones futuras que no le perdonarían a la nuestra dejarle de herencia el esperpento peñalosista. Casi que bastaría ese argumento apenas para votar por Hollman Morris.
Por: Lisandro Duque Naranjo