No recuerdo el nombre de un panelista del
Centro Democrático que hace unos días, en el programa Voces, de RCN Radio, dijo
que no le veía problema a ponerle nombre propio —el de Andrés Felipe Arias— a
la ley sobre segunda instancia, con derecho a retroactividad, que ese partido
político debió presentar ante el Congreso el 20 de julio. Incluso citó, a favor
de su propuesta, la Ley 1761 de 2015, que aumentó los castigos para los
feminicidas y que lleva el nombre de Rosa Elvira Cely. Raro que un miembro del
CD haga esa propuesta que, viéndolo bien, asociará a perpetuidad el nombre del
“beneficiado” a una norma vergonzosa. Problema de ellos, aunque la picaresca
popular ya sabrá bautizarla igual. Con esa lógica, la Ley Rosa Elvira Cely
tendría más bien que llevar el nombre del psicópata que se cebó en la humanidad
de su infeliz víctima, empalándola en las tinieblas del Parque Nacional.
Pero qué hacerle, si otro del CD comparó a
Arias con Mandela. Y el oráculo mayor, José Obdulio, hace años que les dio a
los tuits de Álvaro Uribe Vélez el mismo rango que a los Ensayos de Montaigne;
y a sus estrategias militares, similar jerarquía que la que merecen las hazañas
de Alejandro Magno. En cuanto al pintoresco Edward Rodríguez, un don Chinche al
natural, dijo que Uribito tenía el mismo coeficiente intelectual de Albert
Einstein. Esta última aseveración es la prueba de algo que dijo el poeta Juan
Manuel Roca: “Si Franz Kafka hubiera nacido en Colombia, sería un escritor
costumbrista”. Es una desgracia pues que, por haber nacido en Colombia, Arias
haya terminado descubriendo la teoría de la relatividad de la honradez.
Para la conversión de Uribito en un personaje
estelar, los del CD deben tener un asesor muy hábil en puestas en escena —del
género sainete; tampoco es gran cosa, pues el público ayuda— que a la fija es
de la troupe de Herr Krüger, el de Migración Colombia: lo primero que les
enseñó fue que de Arias no podía decirse que iba a ser traído a Colombia, sino
que “viajaría a su país”... en jet privado. Cuadren ustedes eso en Miami, que
yo aquí me comprometo a limpiar de fotógrafos el área. Y que, ya en tierra, los
noticieros muestren imágenes de archivo que lo hagan ver como a un pasajero de
primera clase. Lo segundo es mantenerlo oculto a la vista del vulgo —a la
manera de Greta Garbo—, hasta que las circunstancias permitan hacerlo
reaparecer victorioso. ¿Que a La Picota? ¡Hombre, cómo se le ocurre!, ya están
palabreados los del Inpec.
A diferencia de quienes piensan que los del CD
son maestros de la simulación, yo sí creo en la sinceridad de sus convicciones.
A mí no me parecen falsos Arias ni su señora en sus puestas en escena dignas de
culebrones de Telemundo. Ahí están en su elemento y ni siquiera necesitan haber
estudiado actuación: son de lágrima fácil porque están seguros de que Colombia
se los debe todo.
Afuera, además, hay una batería de teóricos del
capitalismo bárbaro, que no le ven mucho problema a que el reo haya repartido
subsidios por $44.000 millones a los ricachones de Colombia, incluido su jefe,
a quien se le dieron casi $3.000 millones para riegos y se le encimaron 103
hectáreas “baldías” para anexar a El Ubérrimo. Con firma propia en el decreto,
lo que debiera haber motivado que él también tuviera cupo en ese chárter.
Por | Lisandro Duque Naranjo