El fin del Homo Soviéticus fue el libro que
publicó Svetlana Aleksiévich en 2013, dos años antes de ganarse el Premio
Nobel, en 2015. Uno de sus personajes, Yelena Yurievna, evocando el derrumbe de
la URSS en 1991, dice: “creíamos que
viviríamos como los estadounidenses o los alemanes, pero ahora vivimos como los
colombianos. Somos los perdedores” (Editorial Acantilado, pág. 86).
La entrevista de la escritora a la señora
Yurievna debió hacerse en la primera década de este siglo, cuando las
referencias sobre Colombia, en Rusia y por supuesto que en otros países, nos
mostraban como unos perdedores, algo así como gente sufrida, a causa de la
guerra, el narcotráfico y sucesivos gobiernos despóticos y frívolos. Teniendo
tanta credibilidad esa escritora en Rusia, es de suponer que cuando, con motivo
del pasado Mundial de Fútbol, los colombianos que acompañaban a la selección
llegaron a las ciudades, los rusos se sorprendieron de lo diferentes que lucían
respecto de la imagen que tenían de ellos, como si se los hubieran cambiado. En
efecto, en esa tanda turística que llegó a la estepa, no había gente que
pudiera confundirse con “perdedores” propiamente dichos, pues se veían muy
eufóricos y alentados, aunque esa estampa triunfal era sospechosa y dejaba
mucho qué desear: por la forma como se emborrachaban, que ni en el país de los
cosacos se había visto igual. Por las broncas que armaban en los estadios, que
hacían de los hooligans unos muchachitos de primera comunión. Y quizá lo peor:
por aquellas rumbas bastante movidas a 10.000 metros de altura entre una sede y
la otra donde le tocara jugar a nuestra gloriosa tricolor. Aquí habrá que
decir, canónicamente, que no todos los paisanos se comportaban así, y ni
siquiera la mayoría; que conste. Otra cosa es que dos borrachos no permitan
notar la cordura de ocho juiciosos.
El hecho es que no era a esta generación de
colombianos a la que se refería Svetlana Aleksiévich. En las décadas de los 80
y los 90 eran otros los que andaban por Europa, no incluyendo a los escasos
turistas de por estos lados. Eran rebuscadores de refugio y solidaridad, a los
que había sacado de acá la urgencia de salvar la vida. Por entonces, las
figuras icónicas que habían trascendido las fronteras eran Pablo Escobar y
Gabriel García Márquez. Otro que también emocionaba era Manuel Marulanda, por
lo selvático, pues en realidad en Europa no hay manigua, sino bosques tipo
Hansel y Gretel. Y pare de contar, pues globalización no había, a diferencia de
ahora, cuando al colombiano viajero le preguntan por Catherine Ibargüen, James,
Nairo Quintana —amén de por diez ciclistas más—, Shakira, Carlos Vives, Doris
Salcedo, Ciro Guerra y creo que me faltan datos de otros municipios.
El hecho es que ahora, cuando el mundo se
volvió un verdadero pañuelo, se nota más Colombia por fuera, razón por la que
no entiendo que con tanto ir y volver, ya no hacia los destinos clásicos:
Francia, Italia, España, EE. UU., que son de lavar y planchar, sino a lugares
otrora exóticos: China, Rusia, India, Turquía (a este último país están yendo
muchos colombianos a causa del boom de la telenovela El sultán), el planeta no
se note suficientemente aquí. Espero que sea apenas una impresión equivocada de
parte mía, o que la tierra va a resultar siendo redonda por lo que
recorriéndola completa se vuelve siempre a lo mismo.
Por | Lisandro Duque Naranjo