No se cumple el mes todavía de aquel teatro de
operaciones en Cúcuta, bastante aparatoso, en el que iban a tumbar al gobierno
de Maduro, con tropas y armas de él mismo, pues sus uniformados se le
voltearían por miles para ponerse bajo las órdenes de Guaidó —quien se vino en
una gran marcha por los caminos verdes—, a operar desde aquí con su Estado
mayor: Duque, Piñera, Almagro y el presidente de Paraguay. Una especie de
desembarco en Normandía con cantantes, lentejas e instrumentos quirúrgicos para
diálisis. La operación la supervisaron desde EE. UU. Mike Pompeo, Elliott
Abrams, John Bolton y Marco Rubio. Este último había dicho que los miembros de
la Guardia Nacional Bolivariana que no cambiaran de bando “se quedarán sin
conocer Disneyworld”. Francisco Santos llegó también de Washington a inflamar
el espíritu constructor de los rusos cucuteños: “Pilas, porque en Cúcuta va a
haber mucha plata y trabajo para ustedes, porque por aquí pasarán los
materiales para la reconstrucción de Venezuela”. La parte musical la aportaron
unos cantantes como Paulina Rubio que rememoraban a Marilyn Monroe incitando al
heroísmo a las tropas gringas en Hawái, cuando lo de Corea. Mucho Corazón
partío en la frontera. Eso fue el 22 de febrero. El “Día D” se fijó para el
23-F, que es como ahora se dice en la prensa, a la manera del 11-S cuando lo de
las torres en N. Y. y también del 11-M, cuando lo de la bomba en Atocha. Ya el
23-F, hubo allí una vanguardia de tropeleros muy lumpen —algunos con hablado
paisa—, que en las narices de la policía de Colombia armaron sus cocteles
molotov y achicharraron dos camiones de “ayuda humanitaria”. El presidente
Duque los saludó con el puño en alto, desde Tienditas, en el puente sobre el
río Kwai. Un coronel venezolano, entusiasmado, se trajo desde allá una tanqueta
blindada a gran velocidad y la estrelló contra unas vallas, hiriendo a una
periodista chilena. Era un desertor que suponía estar frente a un segundo Muro
de Berlín, según la inspirada metáfora del presidente Duque. Y por lo joven, le
habían contado que el muro original lo habían tumbado con carritos chocones. Un
líder opositor venezolano, Lorent Saleh —quien había sido recibido como
plenipotenciario, una semana antes, por el canciller de acá y por el jefe del
CD—, fue capturado por escándalo público en Cúcuta, el “Día D” por la noche,
mientras celebraba a destiempo la “victoria” con muchachas contentas. La
policía pensó que se trataba de Maluma, porque las muchachas eran cuatro. Saleh
pataleó bastante con el consabido “ustedes no saben quién soy yo, panas”, y
obvio que por tener palanca en la Cancillería fue soltado por la policía*.
“¿Y qué quedó tras el sensual alarde?: solo una
flor marchita en la seda del traje”, decía nuestro poeta Alberto Ángel Montoya.
Menos de un mes después del “Día D”, cuando ya la gente VIP se fue con su
música para otra parte, estoy viendo un video en el que aparecen 200 militares
de la GNB venezolana que “se pasaron a las filas de los buenos” el 23-F.
Estarán esperando que Marco Rubio les mande los tiquetes a Disneyworld. Menos
mal que Heil Krüger, el de Migración Colombia, les dio unos colchones y les
manda comidita en cajas de icopor. En cuanto a Cúcuta, se quedó íngrima. Allí
asustan.
*De las pretensiones paracas de Saleh, que fue
deportado hacia su país hace cinco años, hay una buena filmografía en YouTube.
Por | Lisandro Duque Naranjo