Hay coincidencias en la vida que, por exagerar
tanto su simultaneidad, en el transcurso de un día apenas, dejan de ser
sorprendentes y se vuelven sospechosas. Es lo que ocurrió el viernes pasado,
cuando se publicó una sentencia del Consejo de Estado que le reconoce a Jesús
Santrich “el derecho a conservar su curul, de la que no se ha posesionado por
fuerza mayor a causa de estar privado de su libertad (...) sin existir prueba
(...) que ponga en entredicho su inocencia”. Ese día, como mandada a hacer,
llegó también una carta del Departamento de Justicia de EE. UU. en la que se
niega el envío a la JEP de pruebas que justifiquen la extradición que pretenden
hacerle al mismo Santrich. Allá consideran que las evidencias que tienen en su
poder bastan, y que no tienen por qué compartirlas con la justicia de acá. ¡Qué
frescos!
Hubo también un tercer episodio de última hora,
el mismo viernes, que demuestra lo chapucero de la Fiscalía para darle color
local a la pretensión gringa de llevarse a Santrich. En efecto, esa noche se le
hizo la premier, por las redes sociales, a un video en el que se ve a un par de
tipos, el uno, un fiscal de la JEP, de apellido Bermeo, recibiendo un fajo de
dólares del otro, Luis Alberto Gil, un exconvicto por paramilitarismo, “para
incidir en lo relativo a la extradición de Santrich”. La puesta en escena es
tan machetera, que quien recibe ese platal ni siquiera se lo mete al bolsillo
interior del saco, como parecía que iba a hacerlo, sino que se lo “coloca”
debajo de la axila y lo cubre con la solapa. Además, quien entrega el dinero no
es Gil, sino un tercero, alguien del CTI que dirige al mismo tiempo el
operativo y la película. Todo un Cuarón. Si el plano fuera sucesivo, en tiempo
real, como corresponde al género de cámara escondida, se supone que a Bermeo,
al ponerse de pie y relajar los brazos, se le hubieran caído al piso los
billetes. Pero no: ahí hubo un cambio de encuadre y un error de continuidad que
revela que estamos ante un falso documental, una pésima película de ficción con
actores aficionados. Además, la filmación “oculta” la hicieron con una cámara a
un metro del supuesto delincuente y sin obstáculos en primer término que por lo
menos la disimularan. En una sala el público se hubiera reído del gazapo. Que
no sea tacaña la Fiscalía y al menos contrate a un director competente para
esos filminutos. Me acordé del poema “Cinematografía nacional”, de Luis
Vidales, en su libro Suenan timbres, de 1926: “Cómo se ven esos árboles de
amanerados / se nota que no habían ensayado”.
Y como al Instagram del presidente Duque
también le entran videos no venezolanos, supongo que el filminuto de autos lo
habrá puesto a pensar sobre qué decisión tomar cuando tenga que firmar —el
próximo 10 de marzo— el proyecto de ley estatutaria de la JEP. Ahí verá qué le
inspira semejante película tan mal hecha, que por habérseles venido encima el
tiempo fue que la hicieron tan a las patadas, lo que refleja la desesperación
del fiscal y de los cineastas del CTI por complacer los acosos de AUV. Este
señor les ha hecho perder la cordura. Es que su conciencia atormentada no
soporta el miedo de que la JEP viva y los militares cuenten ciertas cosas.
A ver, presidente, haga algo bien hecho, aunque
eso no lo redima del performance en Cúcuta de hace ocho días, donde procedió
como un fronterizo. Piénselo.
Por | Lisandro Duque Naranjo