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Meritocracia por lo bajo


Con motivo de la visita de Iván Duque a los EE. UU., supe que la señora Érika Salamanca está de cónsul en Washington. La recuerdo bien, porque los trinos de ella, antes de que ganara Iván Duque, se atravesaban por todas las redes con unos textos iracundos de esos para “mantener emberracada a la gente”. Bueno, pues ahí obtuvo su empleo. Con el señor Francisco Santos de embajador, me figuro la buena química que han armado allá, el nivel de esas tertulias. Eran coherentes esos nombramientos estando Trump de presidente. No problem.

Pero advierto que no necesité saber que doña Érika estaba en esos pastos —qué casualidad, apenas se posesionó borró todos sus tuits—, para tener la absoluta certeza de que el casting para los nuevos funcionarios lo hizo el CD leyendo toneladas de trinos. Y que para ofrecer sus servicios al Gobierno, sin que los caramelearan con muchos trámites para el nombramiento, a los aspirantes a cargos públicos les bastó enviar sus cartapacios de trinos contra toda decencia.

Claro que también debió haber personas desinteresadas —de esas que escriben espontáneamente sus porquerías, sin pretensiones lagartas— que lograron ser descubiertas por funcionarios oficiosos que se la pasaban —se la pasan todavía— escarbando en el albañal de internet antes de decidirse a quién llamar para ofrecerle un cargo. Una meritocracia por lo bajo.

Es fácil, pues, imaginarse los requisitos a cumplir ante la administración de Iván Duque para lograr un nombramiento. Trinos que contengan, por ejemplo, palabras como “mamerto”, “terrorista”, “guerrillo”, “violadores y reclutadores de niños”, “la JEP es una m...”, “las fanáticas de Petro parecen p...” se homologarán como maestrías. Y aquellos que digan “los homosexuales a la hoguera, por degenerados” tendrán una prima adicional, harán innecesario el doctorado y concederán al aspirante un rango mayor en el cargo a desempeñar. En cuanto a expresiones como “AUV es nuestro presidente eterno aunque sientan mucha p... los c... de m...” clasifican para otorgarle al usuario de ese Twitter posiciones de relieve en el propio palacio, como director de TV, director en el Centro Nacional de Memoria Histórica, en la Unidad Nacional de Protección o en algo que tenga que ver con restitución de tierras. Igualmente frases como “Amo al esmad”, experticias en fake news o antologías de consignas que exalten a la Virgen se cotizarán alto en ese mercado laboral.

Se sobreentiende que como por esa obra literaria o histórica de escasos caracteres es que se le concede tal o cual posición a un tuitero, este debe darle continuidad al estilo de la misma ya en el desempeño de sus funciones. La promoción de esa “narrativa” —esta palabra es imprescindible— es todo un proyecto: lo soez al poder. La estulticia hay que institucionalizarla. El odio paga. Pero si ocurre que una sandez produce mucho ruido, se le hará al funcionario el relevo a un cargo diplomático, porque tampoco lo van a dejar desempleado. Ignacio Greiffenstein debe estar gestionando ya su pasaporte diplomático, pues ese debía ser su sueño para descansar de tanta televisión. Es que ese oficio es duro.

En realidad son tantos los aspirantes uribistas que piden puestos, para ellos mismos, sus hijos, esposas y suegras, que para el Gobierno es muy cómodo satisfacer esa demanda usando el tope tan flexible que tiene para la vulgaridad.

Por | Lisandro Duque Naranjo