¿A qué hora se volvió Colombia tan subida de
nota? Es probable que antes de ese cambio de idiosincrasia nos pasáramos de
humildes, pero algo ocurrió en el camino —¿Escobar? ¿Uribe? ¿Las redes
sociales?— y, de repente, el personal se fue pegando una crecida que no lo deja
caber en ninguna parte. La colombianería se volvió sobrada en los vuelos
internacionales, en las tabernas extranjeras, en los estadios de los mundiales,
para que la boleteada se note más: “¡Ábranse que llegó el parche!”, vociferan
estos hunos latinos. Atila fue un pobre boy-scout. Los muchachos que juegan en
equipos de afuera se sienten arios, verbigracia Edwin Cardona ante un asiático,
y lo remedan, o le dan en la jeta al que medio los roza, como lo hace Teófilo
Gutiérrez, un delicadito al que no lo pueden ni mirar. A un atleta íntegro como
Nairo Quintana no se le disculpa que no haya repetido podio del Tour de Francia
ni de la Vuelta a España. Y lo burean: “¡Sálgase de eso. papá!”.
Esta semana, el representante del CD, Samuel
Hoyos, lo mismo que otro de ese partido, Ciro Ramírez, le perdonaban la vida a
Venezuela, diciendo ambos que “no es viable” atacarla. Todavía. Que basta con
sitiarla. El par de mariscales de juguete pronunciaban ese “viable” con
suficiencia tecnocrática, como algo discrecional y concediéndole al país vecino
el generoso aplazamiento de nuestra invasión. Supongo que para cuando lo
emparejemos en número de aviones, que ya para eso se puso en marcha un reajuste
de tres billones para Defensa. O con lo que nos sobre de las guerras a que nos
llame la OTAN, porque vamos a salvar la democracia es en todo el mundo,
maestro. O cuando lo diga don Francisco Santos, el Montgomery de La Cabrera,
nueva llavería de ese bobalicón de Trump. Buena pareja esa. Los colombianos
estamos es en todo. Y como esa guerra interna, acabada a destiempo, nos dejó
interruptus, pues a ponernos en acuartelamiento de primer grado. Aquí faltan
muertos, las cuentas no nos dan.
A la SS le estorba todo ser vivo: el alcalde
mayor ha declarado una guerra contra los árboles, que ya no mueren de pie sino
tumbados, porque del árbol caído es que se saca la leña. Cuando cese la
motosierra, habrán caído 10.000 árboles, que es el tope del Jardín Botánico, el
nuevo Cantón Norte. Para garantizar esa tala, y que nadie estorbe, echaron a
varias docenas de ingenieros forestales. Ahora los que mandan son los
“paisajistas”. Las palomas de la plaza de Bolívar no se escaparán de la
masacre: el alcalde las llama “plaga” y ha comenzado ya el decomiso de las
dosis mínimas de maíz que algunos viandantes les proveen. Y mientras se
descubre un agente químico exterminador, que se mueran de inanición, que se
desplomen de las cornisas del Capitolio. O que desentierren al cardenal Rubiano
para que las crucifique en las puertas de la catedral.
Ya veremos también a un tardío depredador
chorreando glifosato como un apocalíptico jardinero. Las mazorcas serán los
nuevos falsos positivos. ¡Ah!, y el fracking, que no se les queden las aguas
sin envenenar. ¡Porfis!
Y a llenar las cárceles de marihuaneros. Y a
mandar a la gente tatuada a los guetos. En cuanto a las muchachas, que se
traguen los piercings de sus lenguas durante las batidas.
La próxima mortecina no va a ser apenas contra
la Farc y los líderes sociales. Ni el silencio impuesto va a afectar solo a
María Jimena Duzán o a Petro. El fascismo es perfeccionista.
Por: Lisandro Duque Naranjo