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Ahí les queda esa paz


El candidato Gustavo Petro, en sus discursos de campaña, hace alusiones frecuentes al tema de la paz como elemento propiciatorio de muchas –quizás de todas– las iniciativas que alienta su proyecto de la Colombia Humana. Sin embargo, son muy cautelosas, o incluso inexistentes, las referencias al origen de la última paz lograda, la de La Habana. Obvio que, como él lo ha dicho, la paz es un hecho colectivo, construible por los ciudadanos, y no simplemente un protocolo firmado por dos cúpulas, la del Estado y la de la exinsurgencia armada de las Farc. Pero hay circunstancias históricas, y recientes, que han hecho más viable esa paz y no pueden dejar de mencionarse. Las sociedades no avanzan hacia objetivos puntuales por simple inercia, sino que requieren de un viento que hinche las velas de su imaginación, y el Acuerdo de Paz de La Habana es, desde hace dos años, justamente eso. De modo que habrá que darle al candidato Petro el beneficio de la duda, y aceptarle que el manto de silencio que ha tendido sobre las siete palabras del Acuerdo de Paz de La Habana es apenas un trámite para galantear con su elocuencia a electorados de ciudades donde triunfó un No tramposo y en las que, cuando intentó el fugaz candidato Timochenko hacer campaña, grupúsculos con camisas negras lo atacaron con piedras y botellas. Alguien a quien casi le rompen de un balazo el blindaje de su automóvil, para intentar asesinarlo, no puede desairar con su indiferencia a quienes contra viento y marea son coautores de las primicias para un porvenir decente.

El caso de Humberto de la Calle es distinto, pues él no reniega del acuerdo que firmó delante de todo el mundo. Pero es como si no se le perdonara que lo celebre, y que casi tuviera que extremar su vehemencia para defenderlo, como si hubiera incurrido en falta. Él, sin embargo, con mucha entereza, asume la misión cumplida sin intimidarse por su caída en las encuestas. Su derrota será, sin duda, honorable. Lo que obliga éticamente a quien llena plazas hasta las banderas a ser menos evasivo con quienes, al igual que él en un tiempo anterior, apelaron a la rebelión.

Ya están vaciados de muertos y de heridos de guerra los hospitales, limpiados de minas los caminos, clausuradas las fábricas de prótesis y curado el estrés de las familias de los uniformados. En las comarcas, otrora sangrientas, ahora se respira una placidez bucólica. Reapareció la égloga, el turismo y los paseantes descubren paisajes que les eran inaccesibles. La violencia que ofrecen ahora es la de bandidos ficticios que filman allí películas, atraídas por selvas auténticas, “generando recursos para el fisco y las regiones”, según lo dicen las autoridades de cinematografía. El mapa se creció. No en todas partes, porque no hay una paz perfecta y total, pero van cayendo las fronteras.

A todas estas, el partido legal de la FARC no participa de esta fiesta. Y casi al escondido tiene que dejar la paz a la que contribuyeron, como si fuera huérfana, en la primera puerta, para que otros la críen, mientras ellos se repliegan para que no los cojan presos, o los maten o los extraditen.

A propósito: Santrich no tiene por qué estar en un convento, sino afuera. A menos que la DEA sea tan prolija y rápida en mostrar pruebas como lo hizo cuando el vicefiscal Anticorrupción. La demora en hacerlo prueba que todo es un montaje. Están desesperados.
Por | Lisandro Duque Naranjo

Comentarios a esta columna
 “Este escrito de Lisandro Duque , es un artículo que retrata la situación expósita como quedó la PAZ, el bien más Preciado de una sociedad para que pueda funcionar el Estado, la justicia y la economía; en Colombia se firmó con un actor armado, el más fuerte, y ahora en razón a una posición feroz a la implementación real para que empiece el postconflicto o la postguerra, todos la dejan huérfana, no la mencionan, o si lo hacen se realiza con timidez, con vergüenza para no ser señalados como coautores de lo que sucedió durante 52 años, cuando la verdad histórica se encuentra en la violencia institucional de los años 40s, la división del campesinado en guerrillas y cuadrillas liberales y conservadoras y el despojo de tierras de los años 50s; todas las élites tienen  un alto grado de responsabilidad. La Paz está firmada, la dejan al garete y ahora resurge otra guerra con múltiples actores alimentados por la  coca como droga, con una violencia rural y urbana animada también por carteles externos”. Alberto Ramos Garbiras

"No es así de preciso. No creo que Petro desaire los acuerdos. Mucho de su discurso se basa en la reivindicación de derechos de los menos favorecidos, los cuales son coincidentes con los acuerdos de La Habana. Su bandera política es multicolor y los llamados a focalizar el discurso en ese sentido eran Timochenko y De La Calle, para convalidar y defender lo que cada uno aportó en la Mesa de la Habana. La ultraderecha en su desinformación permanente, pone a Petro y FARC en el mismo catre. De ahí, a que salir a enarbolar banderas de ese tipo, haría que el discurso escrito desde el Ubérrimo cogiera más fuerza. Por lo pronto, lo que necesitamos es sumar y seguro, completamente seguro, que una vez posesionado, Petro honrará por parte del Estado, lo firmado en los acuerdos y los colombianos entraremos ahora si, a esa soñada etapa de post conflicto, donde el punto 1 se llevará a su máxima expresión y Colombia hará del agro una actividad participativa y con oportunidades equitativas para quienes arañan la tierra a diario". Oscar Humberto Aranzazu Rendón