El
siguiente relato, aunque lo parezca, no tiene nada de posverdad.
Llegado Mike Pompeu —no hace ni siquiera un
mes— a la Secretaría de Estado de los EE. UU., comenzó a acosar por resultados
a su subordinado en Colombia, su recadero de baranda en esta parroquia, el
fiscal Néstor Humberto Martínez.
El funcionario americano, exjefe de la CIA,
experto en “técnicas de interrogación
mejorada”, que es como allá les dicen a las torturas, y obsesivo con sentar
en la silla eléctrica a Edward Snowden (el delator de los métodos de fisgoneo
de la privacidad utilizados por esa agencia), necesitaba un pez gordo en
Colombia para servírselo en la mesa a su patrón Donald Trump, quien después de
hacer presencia en la Cumbre de las Américas, en Lima, ya de regreso a
Washington, pernoctaría en Bogotá para una visita de médico.
A ese comensal, ya que se dignaba detenerse
en esta humilde morada que es Colombia para tanquear su enorme estómago, era
preciso, entonces, ponerle en la mesa algo jugoso. Como de casualidad se había
atravesado por ahí, en unas chuzadas telefónicas, la voz de Jesús Santrich
diciendo dos o tres frases cortísimas sobre algún tema impreciso, la
circunstancia parecía propicia para armar el menú.
Hay que decir que los interlocutores del
dirigente de las Farc eran de una ingenuidad de niños exploradores que los
hacía incompetentes para moverse, o haberse movido alguna vez, en el mundo de
la droga. Y ni siquiera en supuestos contratos torcidos de recursos para el
posconflicto, que era lo que buscaban los sabuesos.
“¡Lo tenemos!”, dijeron, sin embargo, quienes
repasaban las tediosas horas de grabación. “El fiscal se va a relamer de la
dicha con este bocado de cardenal”. Aunque, viéndolo bien, y para no
sobrevalorarlos con frases tan finas, lo que debieron gritar, camino al búnker,
fue: “¡qué chimba!”.
Con ese paquete preparado, el fiscal general
mataría, además, tres pájaros de un tiro: demostraría al presidente gringo que
las Farc continuaban en el negocio de la droga; le pondría el uniforme naranja,
con sus respectivas cadenas y grilletes en manos y pies, a uno de los líderes del
naciente partido legal exguerrillero, y estimularía una deserción masiva de
excombatientes —que hoy en día están saltando matojos en los espacios
territoriales, sin agua, ni energía, ni escuelas, ni servicios médicos—, para
enrolarse en las llamadas “disidencias”.
Moñona porque, además, el agua sucia de los
desvíos de recursos para esas zonas se la achacamos de una vez a las propias
Farc, y sacamos de líos a los funcionarios del Gobierno involucrados. Y bueno,
volvemos a lo normal, a la querida guerra clásica de la que nunca debimos haber
salido. Ya me estaban haciendo falta las morgues, los ataúdes, ¡qué tiempos!
Pero qué vaina: con tanto preparativo, y le
da al doctor Trump por antojarse de Siria y dejarnos aquí con todo listo. Y
encartados con el tal Santrich, del que apenas tenemos un pinche cuadro con
dedicatoria, que como evidencia no es gran cosa. Y eso que ya habíamos tratado
como chatarra a la tal JEP. Así no se puede.
P.D. Apenas antier elevaron la recompensa por
Rafael Caro, de cinco a 20 millones (US). 15 millones de “televisores” de un
viajado. Santrich, con su cuadro, le dio caché al mexicano. Eso hace suponer
que, por su significado político, las Farc le importan más a los gringos, y a
nuestro fiscal, que el cartel de Sinaloa
Por |
Lisandro Duque Naranjo