
Pero
Santos no lo ha hecho, y se ha entrometido en los asuntos de Venezuela,
desconociendo la convocatoria de su gobierno a una constituyente. ¿Que esa
convocatoria, al igual que las elecciones ya consumadas, transgreden la
institucionalidad venezolana? Problema de ellos, de su sociedad, de sus fuerzas
en pugna. Aparte de violatoria de soberanía, a la actitud de Santos la hace más
reprobable su grosero pragmatismo, pues se fue contra Maduro sólo después de
que no necesitó de él para hacer viables las conversaciones de paz en La
Habana, cuando funcionaba el eje “castro-chavista-santista” sin que su gobierno
se tuviera que ladear a la izquierda. Pero bueno, presidente, ahí le dio usted
ese gusto tardío a Uribe, quien no lo reconoce, aunque íntimamente se regocije.
Los colombianos no terminamos de acostumbrarnos a que usted, salvo en el caso
del Acuerdo de Paz, y no del todo, gobierne para arrancarle anuencias a quien
lo precedió en su cargo. Y si de verdad lo animara una decencia republicana,
habría armado un jaleo cuando Dilma Rousseff fue depuesta del cargo, con
pretextos administrativos en absoluto relacionados con su honradez, para montar
en el mismo a un tipo que no es casual que haga honor a su apellido.
Y
hablando de expresidentes, no es uno solo de los de acá el que nos produce pena
ajena. Pastrana se la pasa en Caracas, discursea y participa en guarimbas, como
nacido allá. Incluso se permite extasiarse como un millennial describiendo al
venezolano aquel acróbata, modelo y metrosexual que abaleó desde un helicóptero
robado el Tribunal Supremo de Justicia. Un tal Óscar Pérez que se las da de
Rambo y confunde la protesta pública con un efecto especial. Hay gente así.
Tentador
imaginarse qué cara pondríamos los colombianos de cualquier ideología si acaso
un expresidente del vecindario, verbigracia Correa, de Ecuador, viniera con
frecuencia a este patio a reunirse con los contrarios al Gobierno, a intimarle
a éste rendición y a pedir que los militares actúen. Maduro se sobra de
prudente al no ponerlo de patitas en la frontera, donde nosotros, los que nos
resignamos ya a sufrirlo.
Por: Lisandro Duque Naranjo