La expresión "narcoterrorista" —con la que Álvaro Uribe hizo acribillar, o
exiliarse, o esconderse a tanta gente durante sus dos períodos presidenciales—
empezó a sonar trasnochada un poco después de que empezaran las conversaciones
de paz en La Habana. Y desde luego la caducidad de su vigencia ya es completa
luego de ocurrida la dejación de armas por parte de las Farc y de que el
gobierno de EE.UU. desistió de considerar a esta organización como una amenaza
para el continente. Algo ha cambiado el país, menos mal.
Le hacía falta, pues, al jefe del Centro
Democrático —interesado principal en mantener al país al borde de la
crispación—, estrenar letras y rotar el léxico, para “emberracar”, con zozobras
inéditas, la insaciabilidad de las redes sociales y de los medios
tradicionales, que cada vez se comportan como pitbulls enjaulados. Aun así, no
era de esperarse que, para atentar contra la honra de un periodista, se sacara
de la manga una falacia como la que lanzó al vuelo a través de un trino —que
fue más bien un graznido— contra Daniel Samper Ospina: la de que es un
“violador de niños”. Ese es un estigma mucho más escalofriante que todos los
usados por el expresidente contra quienes odia. Ahí sí cruzó la raya y está
exponiendo a Samper Ospina a las consecuencias de una falsa denuncia cuya
sonoridad es execrable, pues en el imaginario público remite a una afinidad
capciosa entre el acusado y el episodio aquel que espantó a la opinión a
finales del año pasado (el del infanticidio cometido por Rafael Uribe Noguera),
para no aludir al escándalo de los curas pederastas y a ese clásico de la
ignominia que es Luis Alfredo Garavito.
Obviamente Samper Ospina ha recibido una
solidaridad casi unánime, que ha incluido a muchos de quienes él satiriza en
sus columnas. Se puede, apenas pase este trago amargo, polemizar sobre ciertos
giros de su estilo con los que escarmienta a algunos personajes de la vida
nacional. A mí, por ejemplo, las burlas sobre Edward Niño me hicieron perder
las ganas de seguir leyéndolo*. Y la alusión a la hija de la senadora Valencia
fue inexcusable. A propósito, una pregunta a la doctora Paloma: ¿por qué se
demoró tanto para denunciar al columnista en su momento y haber propiciado un
debate necesario sobre la intocabilidad de ciertos seres vulnerables? Mire
hasta dónde su tardanza hizo crecer esa impertinencia. E hilando más delgado,
¿no es acaso su jefe quien le ha dado rango de “violación” a lo que solo era un
irrespeto al derecho a la intimidad de su hija recién nacida? Algo grave, sin
duda, pero no mortal. Asociar esos dos extremos en la conciencia colectiva —que
siempre juzga y, peor aún, procede según las apariencias— ha sido obra de
Uribe, no de Samper Ospina. Por simple salud mental nacional, el país requiere
que Samper Ospina no se permita la menor vacilación hasta lograr que la próxima
cita del expresidente en la Fiscalía no sea propiamente para que le embolen
otra vez los zapatos.
*Claro que también, para dejar de leer a los
columnistas de “Semana”, bastaría la cantidad de propagandas que publican en la
sección “on line” de esas páginas. Termina uno con tortícolis.
Por:
Lisandro Duque Naranjo