No parece casual el lanzamiento, esta semana, del reality “Soldados 1.0”, de
RCN, y pensaría que fue para ambientar la candidatura presidencial del
exembajador en Washington Juan Carlos Pinzón. Es que el recién llegado parece
parte del casting de varones alfa de esa serie, muy castrenses y musculados.
Pura inteligencia cultivada en gimnasios y peluquerías. Hay un nuevo fenotipo
de macho exitoso que no tiene nada qué ver con los gomelos o “nerds” que
tuvieron su cuarto de hora hasta hace unos años, graduados en Los Andes, y de
los que sobreviven especímenes como Daniel Mejía, actual secretario de
Seguridad de Bogotá, todo pragmático él, incluso escalofriante, que utilizan
frases como “hemos reducido en 0,03 % la tasa de robos de celulares en la
ciudad en el primer semestre”. No, estos tipos alfa, modelo Juan Carlos Pinzón,
apenas empiezan a ofrecerse en la política en Colombia, pero ya por fuera están
hace rato: Peña Nieto en México y Leopoldo López en Venezuela. Incluso Capriles
aguanta. Los cuatro parecen hechos en la misma fábrica que los peluquea, los
broncea, les trabaja los bíceps y los saca después al mercado de las ideas.
No son jóvenes muy diletantes ni rigurosos, y
su elocuencia está plagada de lugares comunes. Lo que marca una diferencia
entre Pinzón y los otros tres, es que nuestro varón alfa, por ser hijo de un
alto oficial, creció en cuarteles y desde pequeño trató a los soldados como si
fueran figuritas de plomo, con las que jugaba y, eso sí, era muy respetuoso:
“soldado tal, vaya y cómpreme un helado”, o “soldado pascual, agáchese que voy
a jugar tun tun”, y así. Un hombre con sentido de pertenencia a nuestro
Ejército, es decir, que se ha levantado con el instinto de que los soldados le
pertenecen. Por eso, entre las iniciativas de su programa presidencial que
alcanzó a bocetar en la entrevista de El Tiempo, y que en lo básico consiste en
esa maravillosa propuesta de “mirar hacia adelante”, o en la ocurrencia inédita
de “llevar al país a la siguiente fase: el futuro”, se encuentra la de “honrar
a mis soldados”. Supongo que mandándolos a ser carne de cañón al servicio de la
OTAN, en guerras ajenas, proyecto que se le quedó en veremos cuando fue
ministro de Defensa y se le vino la paz encima. No es casual que su relevo
desde ese Ministerio hacia la embajada en EE.UU. haya ocurrido para poder
garantizar, por fin, un cese bilateral del fuego, cuando ya las Farc llevaban
20 meses sin disparar unilateralmente. Entiende uno que es fruto de la
belicosidad congénita de este personaje el que a estas horas apenas le tenga
“aprecio” a Santos, mientras que se muestra “admirado” frente a Uribe, que
ahora puede sumarlo a sus otros precandidatos.
Entre las credenciales que trae para ser
candidato, invoca el haber “elevado los recursos (de los EE.UU.) para Colombia”.
Qué vaina que Trump, apenas supo que dejaba la embajada, los redujo en un 35 %.
Ausentes las Farc de los campos de batalla,
motivo tránsito a la lucha legal, el Ejército empieza una temporada de
posguerra, aliado con RCN, en la que invierte las sobras de su combatividad y
fiereza adiestrando a modelos, reinas y físicoculturistas. Viéndolo bien, me
encanta esa decadencia, en la que puede tener futuro el exministro de Defensa.
Y espero que la empresa de Ardila Lülle, pagando poco, no esté aliviando su desplome
en audiencia con esta forma glamurosa del posconflicto.
Por |
Lisandro Duque Naranjo