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Ciclismo y política

El ciclismo colombiano, aún habiendo sido potencia mundial en el pasado —lo que por fortuna estamos volviendo a ser—, no tiene todavía un legado literario que lo emparente con la política.

Y eso que escapados es lo que hay en ese deporte.  Además nuestros ciclistas le han dado más gloria a este país que cualquier político, y tienen sentencias más memorables que las de quienes nos gobiernan. Preguntado el gran campeón  de  vueltas a Colombia, Rafael Antonio Niño, cómo se hizo tan buen ciclista, respondió: “huyendo de Cucaita”. A Cochise se le debe aquello de que “en Colombia mata más la envidia que el cáncer”. Y hay una lapidaria, de Hernán Medina Calderón, “el príncipe estudiante”, quien debió ceder la tricolor al español José Gómez del Moral, en 1957,  por retiro del equipo de Antioquia,  en Ríosucio. Tres años después, en 1960, en la misma ciudad, ganó la penúltima etapa y dijo: “Vine a Ríosucio por una camiseta que dejé botada hace tres años”. Y al día siguiente se coronó campeón en Medellín.  Ahí no hay Rubicón, ni “alea jacta est” que valgan.  Los políticos, en cambio, no pegan una en frases. Pastrana (Andrés) clasificó para el mármol cuando respondió esto al preguntársele sobre qué pasaría no recuerdo en qué delicada situación: “Lo más seguro es que quién sabe”.  Aguanta estatua.

En estos días he visto por televisión las transmisiones del tour de Francia, y también vi, en “Semana en vivo” de María Jimena Duzán, al doctor Jaime Castro polemizando con Enrique Santiago, el abogado español al que Noruega le ha asignado la tarea de asesorar a las Farc en asuntos de jurisprudencia. Escogido por la guerrilla, obviamente, que le valora sus saberes y su posición ideológica. Y qué pesar me dio del pobre papel que cumplió en ese programa el conspicuo exministro, exalcalde de Bogotá, y ex de un mundo de cargos. El doctor Castro fue apenas un rábula municipal, de los de papel sellado, estampilla e inspector de policía, frente al letrado español que disertaba con suficiencia sobre el proceso de paz. Un hombre con el chip contemporáneo para esos menesteres que requieren dominio de lo internacional y cultura trajinada en procesos similares de otras partes (Sudáfrica, Irlanda, Centroamérica, África ecuatorial, etc.). Mientras que el doctor Castro era un modesto agente de empolvadas edades judiciales, muy sesgadas, más de la Antioquia de cuando fue gobernador cierta persona, y amnésico de los tiempos de los chulavitas, cuando se transó una impunidad bipartidista sin reparación para nadie, salvo para quienes ordenaron desde Bogotá acabar con los liberales “a sangre y fuego”, caso de Montalvo quien llegó a presidente. Bueno, y Mariano, Laureano, y hasta Álvaro, el hijo de éste, que casi llegó al solio. Juicio que estaría por hacerse, el de la chusma–política.

De esos reverdecimientos de laureles antiguos, me parece más decoroso el papel cumplido por “Rubencho” en las transmisiones de televisión del tour. Aunque se le nota que habla desde Bogotá —mientras que Goga, toda una estrella, mejicana la muchacha, y Santiago Botero, un exciclista nuestro que se ha pedaleado a toda Europa, parecieran transmitir desde la carretera misma—. Muy enriquecedores con los datos, y distinguen a los corredores hasta en los planos generales. A Rubencho, en cambio, le toca aportar la retórica de cuando no había televisión: “¡Se prendió la candela!”, “muy testicular el ritmo de Froome”, pura carreta como de los tiempos de Ramón Hoyos. Pero como anacrónico, lo hacer mejor en ciclismo que Jaime Castro en política.
Por| Lisandro Duque Naranjo