Mi gratitud al destino por haber sido un
muchacho que salía de la adolescencia en el año de gracia de 1960.
Te voy a enseñar lo grande que soy! |
Desde
la ciudad eterna, entonces, se levantó un viento de primicias espirituales
después de las cuales el mundo no volvió a ser igual. Qué cuento de papás: un
muchacho negro de 18 años, de Kentucky, un pueblo norteamericano apenas famoso
por sus pollos fritos, se hizo verbo simplemente diciendo, con sus guantes en
alto, “soy el más bello”, levantándoles la autoestima a todos los negros de la
tierra.
Un
espíritu de época, absolutamente alcahuete con todo lo que fuera libertario,
convirtió en profeta a este jovencito que empezó a causarle más daño al
establecimiento con sus palabras que con sus jabs. Quién sabe de qué forma
misteriosa este pelado se conectó, tan temprano, con las hazañas que
simultáneamente ocurrían por doquier y que le quitaban el sueño a los gamonales
del planeta: El Congo, liderado por Patricio Lumumba, se quitaba de encima la
opresión de Bélgica, un país bajo y sangriento. Adiós Rey Leopoldo. Ben Bella,
en Argelia, le decía au revoir a la tiranía francesa. Fidel Castro, en Cuba,
llevaba un año poniendo más agua de por medio entre su isla y la potencia más
brava del mundo. Y hasta en Estados Unidos, un tímido J. F. Kennedy, con todo y
su glamour, al menos clausuraba la cacería de brujas del macartismo contra los
cineastas, y le daba oxígeno a un Tenessee Williams que remozó las películas
con historias francas y escandalosas.
Todo
empezó a salirse del clóset, el miedo se fue acabando, la autoridad ancestral
empezó a ser desobedecida, pero aún hacía falta un símbolo individual que
demostrara a trompada limpia que al enemigo era posible tumbarlo. De eso se
ocupó Cassius Clay, ya en el 64, cuando le hizo tirar la toalla a Sony Liston.
No era un blanco ese enemigo, nada es perfecto, pero sí un exconvicto, cuya
historia personal resignaba su condición étnica a lo delincuencial, mientras
que Clay era honorable, discursivo, guerrero. Y la única vez que tuvo
pendientes con la justicia fue cuando se rehusó a ir a Vietnam, pues su
conciencia le impedía ir tan lejos a matar gente que no le había hecho nada a
él, y hacerlo a nombre de quienes también eran sus enemigos en su propio país.
A mediados de esa década, Cassius Clay se cambió su nombre, “porque es de
esclavo”, y se rebautizó Muhammad Ali. Provocó un remezón en la industria
boxística y tecnológica, cuando su pelea con George Foreman, el 30 de octubre
de 1974, pidió hacerla en Zaire, antiguo Congo Belga, volteando la mirada de
millones de televidentes hacia el continente negro.
La
vehemencia oral de Muhammad Ali hizo que Malcolm X, el líder de las panteras
negras, lo buscara para su causa; que Nelson Mandela, desde su prisión en
Sudáfrica, no se perdiera sus peleas, y que después, ya como presidente, lo
invitara para agradecerle ser como era. La promulgación de los derechos para
los negros en Estados Unidos, en el 64, mucho se inspiró en su iluminado
discurso. Con su carisma, la comunidad afro norteamericana se despabiló
provocando liderazgos inusitados como el de Ángela Davis y Nina Simone. También
enriqueció la musa de Bob Dylan y Joan Baez, y en todas las vanguardias
musicales sesenteras —los Rolling Stones, Los Beatles, etc.— se sienten sus
puños. Ali fue el más…
Por: Lisandro Duque Naranjo