Érase
de una película documental, bastante exitosa, de los años 60, titulada Perro
mundo, de un director llamado Gualtieri Giacopeti.
Al
comienzo se la tuvo como una película de denuncia sobre las atrocidades de todo
orden que ocurrían en el tercer y cuarto mundo, algunas causadas por los
gobiernos de esos países. La violencia por entonces se emparentaba con el
exotismo —lo que aquí Carlos Mayolo llamó “porno-miseria”—, y por supuesto el
público asistía atónito a escenas de crueldad extrema a las que les daba el
rango, ingenuamente, de “denuncia”, siendo en realidad amarillismo puro, y en
no pocas veces complicidad con criminales. De Perro mundo, por ejemplo, se
supo, mucho después de haber pasado por las carteleras, algo que de haberse
conocido a tiempo hubiera vuelto obligatorio un repudio durante la exhibición:
que para la escena de un fusilamiento colectivo de africanos, Giacopeti había
pedido al pelotón de fusilamiento que trasladaran a quienes iban a ser
ejecutados a otro lugar que “tuviera mejores condiciones de luz”. Y así se hizo.
Desde luego aquello le quitaba el carácter de documental a la película y la
convertía en una puesta en escena de un género asqueroso que después se
llamaría “snuff”.
Sirva
esto para reflexionar sobre el uso que se está haciendo de cámaras de celular
para filmar episodios de abuso contra ciudadanos inermes, para después subirlos
a Facebook a manera de “denuncia” o testimonio.
Aunque
vale aclarar que nada de documental, ni de periodismo, tiene eso de filmar
situaciones reales de carácter brutal —obvio que no estoy hablando de
reportería de guerra, ni de hechos incontrolables—, registrándolas apenas sin
que la ética del camarógrafo lo obligue a tratar de impedirlas. Como ocurrió
con el caso de la mujer que humilló a un menor de edad hasta hacerlo desnudar
en una vía pública. El “camarógrafo” filmó eso con una indiferencia absoluta.
Más que un espontáneo que pasaba por ahí, parecía contratado. No había leído,
antes de salir de la casa, la reflexión de Godard: “un encuadre no es un
problema técnico, sino un problema moral”. En cuanto a los peatones,
presenciaban el abuso como marmotas. A propósito de esa peliculita viral, el
periodista deportivo Javier Fernández, de Blu Radio, encontró encomiable la
agresión como respuesta de los particulares frente a los ladrones de celulares.
Me gustaría saber si él, o la bravera esa que vejó al pelado —por lo que
debieran encausarla—, enfrentarían a pescozones a un grandote que intentara
robarles, en lugar de proceder normalmente como los cobardes, de los que formo
parte, a quienes nos define Ambrose Bierce como “personas que en circunstancias
de peligro piensan con las piernas”. Lo cierto es que causa escalofrío el alma
de justicieros privados que se considera recomendable para los ciudadanos. Y
que la mayoría de éstos crean que es la adecuada.
En
realidad lo que ese locutor considera ejemplar, a través de micrófonos con
vasta audiencia, es proceder por cuenta propia cuando se trata de menores que
raponean celulares, porque nunca lo he visto, y eso que él se la pasa en los
estadios, imponiendo el orden frente a un barra brava que empuña un cuchillo.
Él y la mujer esa lo que son es unos aprovechados con los chiquitos. Si yo
fuera autoridad, haría comparecer a ese locutor por apología del maltrato a
menores.
Por| Lisandro Duque Naranjo