En
los rituales mafiosos de Sicilia, no era preciso siempre ordenar, por algún
capo, que se ejecutara a alguien, sino que, en presencia de quienes debían
asesinarlo, ese alguien recibía un beso en la mejilla, muy fuerte, de quien
quería eliminarlo. Eso bastaba. Está perpetuada en “El Padrino” la imagen de
Michael Corleone dándole ese beso de la muerte a su hermano Fredo. La historia
de la humanidad está llena de esos protocolos simbólicos equivalentes a una
sentencia final. Y por supuesto en los expedientes judiciales de la Cosa
Nostra, se omitían como indicio o prueba esas ceremonias. Un beso no es cuerpo
del delito. Y queda en la memoria como un acto etnográfico, casi pintoresco, no
punible.
Decía
Bertold Brecht que “hay muchas formas de matar a un hombre, pero pocas están
prohibidas en este país”. Una frase como “le doy en la cara marica”, tiene,
obviamente, consecuencias prácticas en las riñas personales, pero aquí la
asumimos como un hecho meramente lingüístico o hasta folclórico, de la
picaresca callejera. Cuando yo he visto en la calle la tentativa de
linchamiento a patadas del ladrón de un celular, no tengo dudas en atribuir el
origen de esa salvajada a la frase aquella que todos le escuchamos a Álvaro
Uribe en sus tiempos presidenciales: “hay que hacerles gavilla a los
delincuentes”. Desde luego que esas turbas anónimas contra un solo individuo se
inspiran también en instintos ancestrales de la conducta masiva que solo la
cultura, o mejor digamos que la civilización, pueden contener. Pero ayuda a legitimarlas
el que incite a ellas nadie menos que un presidente.
El
modelo de formación que significó durante su gobierno Álvaro Uribe, incentivó
esas ostentaciones de virilidad anacrónica de las que un truhan de sombrero dio
muestras en la marcha del centro democrático del 2 de abril. El hombre se
pavoneaba con su altanería frente a las cámaras espontáneas que lo exhibieron
después por internet, seguramente nostálgico de la escena que protagonizó
Uribe, delante un mundo de presidentes, cuando le gritó a Chávez, que ni lo
oyó: “!Sea varón!”. Qué penoso fue aquello.
De
igual forma creo que las últimas andanzas de Uribe contra el acuerdo de paz en
La Habana, constituye la inspiración para los próximos asesinatos que sus
fanáticos intentarán cometer contra quienes tengan alguna proximidad política
con la izquierda, o la simple disidencia. Ni siquiera es necesario
ordenárselos. Y él, nuevamente, no tendrá nada qué ver. Tampoco le es imputable
el atentado contra Imelda Daza en Cartagena, solo porque ocurrió tres días
antes de que él lanzara su iniciativa sobre la tal “resistencia civil”, como si
con este cuento no viniera diezmándonos desde 2002. Con razón Borges decía que
la civilización es la hipocresía, que Uribe confunde con la zalamería bogotana.
Por| Lisandro Duque Naranjo