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Primera y última etapa de Ramón Hoyos

Creo que ennoblezco mi tiempo dedicándole esta columna al único ídolo que he tenido en la vida, el recientemente fallecido Ramón Hoyos Vallejo.
Tuve la fortuna, por haber nacido y pasado mi infancia y adolescencia en Sevilla, Valle del Cauca, de que este municipio fuera meta de etapa durante las primeras 15 vueltas a Colombia. Allí llegaba la caravana, habitualmente desde Cali o Armenia, y pasaba la noche en casas de familia, pues en el hotel Hispano, único del pueblo, no había cama para tanta gente. A Sevilla, por quedar en el lomo de la cordillera central, se llegaba trepando desde cualquiera de esas dos ciudades y se salía descolgándose con unas velocidades de vértigo. Por esa topografía díscola es que dice nuestro himno: “En las tardes serenas el Cauca, de tus calles hermoso se ve…”.

Nuestro corredor local era Ernesto Gallego, La Pulga, muerto también hace poco, al que amábamos los sevillanos porque llevaba el nombre de nuestro pueblo en su camiseta por las carreteras de un país al que conocíamos de oídas, por lo que nos contaba de él, desde la radio, el locutor Carlos Arturo Rueda. La Pulga ocupó el tercer lugar en la tercera vuelta, y ya octogenario, sus contemporáneos todavía seguían preguntándole por sus hazañas en su almacén de bicicletas.

Los ricos del pueblo alojaban a las estrellas Efraín Forero y José Beyaert, este último un francés de anteojos, idéntico a Clark Kent, dueño de la panadería Francesa en Bogotá, y quien se había ganado la II Vuelta. Los menos ricos les daban posada a los de la mitad en la clasificación general, y los pobres, se llevaban a dormir a Jesús María Lucumí, un morocho caucano que se especializó en ser el colero de la competencia durante mucho tiempo, razón por la que lo llenaban de regalos en las premiaciones. El otro ciclista de las negritudes era Héctor Mesa Monsalve, un paisa muy cuajado y de bozo, que junto a Francisco Luis Otálvaro, Honorio Rúa y Justo Pintado Londoño, conformó esa élite de pedalistas que le aplicaban la licuadora a quienes pretendieran arrebatarle la camiseta a ese fuera de serie que fue Ramón Hoyos.

La primera etapa que ganó en una Vuelta a Colombia Ramón Hoyos, terminaba en Sevilla, en 1952, y de ahí en adelante nadie volvió a verlo en las curvas, ni en las subidas, hasta el 57. Le dio cinco vueltas a este país siempre adelante, y en una de ellas se alzó con 12 etapas.

Los pelados de entonces le llevábamos las cuentas a sus minutos y kilómetros, capábamos clases para escucharlo batirse en México con Porfirio Remigio y Rafael Baca, y experimentábamos la sensación de formar parte de un país heroico y expedicionario cuando en el 56 viajó a los Olímpicos de Melbourne en un avión de hélice, un Superconstellation, que hizo 12 escalas. Llegó de 36 en la prueba de ruta, lo que en un planeta de mayor tamaño que el de ahora, se nos antojó, y lo era, una proeza patria.

Una vez vino a correr aquí Fausto Coppi, el campeonísimo del Giro y del Tour, y le dio la pálida en nuestros caminos de herradura. Los colombianos sacábamos pecho diciendo: “Ramón le dio sopa y seco”.

Después llegó Rubén Darío Gómez, el “Tigrillo de Pereira”, y como yo vivía allá, lo asumí como mi nuevo prócer de las carreteras, al decretar, en el 59, el ocaso del rey de la década, del pentacampeón que acaba de cumplir su última etapa.

Por: Lisandro Duque Naranjo
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