El historial delictivo que, con pruebas muy
convincentes, expuso el senador Iván Cepeda contra el doctor Álvaro Uribe
Vélez, el pasado 17 de septiembre de 2014, marca un punto de giro muy
concluyente en la política colombiana.
También en la cultura, en la justicia, en la
ética y, en síntesis, en todo cuanto ocurra en el país de aquí en adelante.
Para nuestro bien, si ese expediente criminal se sanciona de acuerdo con las
leyes y se asume como una lección irrepetible, o para nuestra tragedia, si
apenas quedara como una anécdota a la que no le viéramos problema que se
repitiera.
De todo lo que denunció Cepeda se había oído
hablar, desde cuando el doctor Uribe Vélez empezó su vida política como alcalde
de Medellín, en el 82, cargo del que lo despojó anticipadamente el presidente
Betancur, hasta hace solo cuatro años, cuando concluyó su gestión presidencial.
Pero solo el miércoles pasado esos rumores, leyendas urbanas y agrarias sobre
sus hazañas subrepticias —algunas de las cuales él llama, costumbristamente
“frenteras”, o fruto de un “varón pantalonudo”—, adquirieron un corpus con el
peso probatorio suficiente, la cronología exacta, la taxonomía indudable, como
para sentirnos ante un infractor de las conductas que no solo son obligatorias
para cualquier ciudadano, sino, y principalmente, para una persona
simbólicamente representativa, cuyos actos u omisiones generan consecuencias
colectivas y permanentes. No sería justo obviar los aportes que sobre las
andanzas delincuenciales del personaje han significado también libros como El
señor de las sombras (2002), de Fernando Garavito y Joseph Contreras, además de
centenares de columnas de prensa, debates, testimonios, etc., que les valieron
no pocas veces a sus responsables la cárcel, el exilio o la muerte, y sobre
todo la indiferencia pública de un país arrobado —hoy en día un poco menos— por
la locuacidad incivilizada, y algo pintoresca, del sentado en el banquillo. Un
banquillo del que se iba y volvía, pero banquillo al fin.
La subjetividad alterada del doctor Uribe,
muy por encima de su competencia política para ejercer ese cargo, le causó
lesión enorme al país. Felizmente, el incriminado es ahora un ser controlable,
con su minoría demencial siguiéndolo como lo hicieron con su profeta aquellos
suicidas de Waco (Texas), que le creyeron sus miedos sobre la inminencia del
juicio final. Bastaría ver los rictus de los senadores de Centro Democrático,
para convertir en sospechosa su causa, sin importar su ideología.
Ignoro qué repercusiones pueda tener en lo
judicial ese listado de delitos que expuso Iván Cepeda. A vuelo de pájaro,
pensaría que no le alcanzará la vida al acusado para pagar tantos cargos. Si no
se le cobrara nada, peligra de verdad lo que resta de la salud mental y mucho
de la vida física de este país. En cuanto a las costumbres políticas,
equivaldría a un guiño a los saqueadores y a los genocidas, para que procedan
con impunidad.
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DIRECTV
A partir de la fecha, me desafilio de
Directv. Es mi protesta por haberme quitado la señal de Canal Capital, Telesur
y el Canal del Congreso mientras duró la intervención de Iván Cepeda en el
Capitolio, y habérmela restablecido cuando empezó a hablar el senador Uribe
Vélez. Eso es creer muy boba a la teleaudiencia, y yo no pago para eso.
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EL SENADOR RANGEL
El senador Alfredo Rangel invoca el modelo de
desmovilización de los paramilitares —con cárcel para unos y extradición para
otros—, para imponerlo al tipo de negociación que debe hacerse con la
guerrilla. Difícil, doctor Rangel, porque los “paras” eran aliados del
Gobierno. Esa fue una negociación entre “amigos desleales”, en la que Uribe los
traicionó, como lo dijo hace poco Ernesto Báez. En cambio las Farc son enemigas
del Estado. No me dan las cuentas.
Por Lisandro Duque Naranjo
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