Qué frescura: el presidente Santos nombró
como su candidato a la Vicepresidencia al doctor Germán Vargas, y éste ni
siquiera tuvo que aclarar o corregir nada en torno a su habitual desacuerdo
frente a las conversaciones de paz de La Habana.
Rara esa pareja política tirando para lados
tan opuestos en un tema en el que, supuestamente, el mandatario tiene puestas
todas sus complacencias. Como si a este último no le preocupara manejar eso a
la guachapanda y enfrentar dentro de muy poco al jefe de Cambio Radical, ya en
Palacio, atrincherado en sus posiciones rabiosas. Póngale la firma.
El otro hipotético vicepresidente iba a ser
el general Naranjo, quien a la final salió para pintura. “El mejor policía del
mundo 2010” tuvo un año muy intenso haciendo, como miembro free lance de la
comitiva del Gobierno en las conversaciones de La Habana, escalas en esa ciudad
para que le contaran cómo iba todo, y ya cuando empezaban a ponerlo al día,
arrancando hacia ciudad de México a fundar (es lo que dicen allá) grupos
paramilitares, chanfaina a la que Peña Nieto, presionado por la opinión, le
dijo “no más”. Demasiado trajín, al que le revolvió el lobby en Bogotá para
tratar en vano de ser vicepresidente. Acaparador el hombre. Pero como decía el
poeta Alberto Ángel Montoya: “¿y qué queda tras el sensual alarde?: solo una
flor marchita en la seda del traje”. Ahora el general debe estar sumando las
millas acumuladas por tantas gestiones simultáneas, y obviamente zapoteadas,
para viajar sin misión alguna. Si es que el presidente, para indemnizarlo por
el desaire, no lo tiene sentado por ahí, para ofrecerle la candidatura a la
Alcaldía de Bogotá, que se ha vuelto el premio de consolación para los
desahuciados de otras toldas. Es bien obscena la manera como rifan a Bogotá quienes
albergan la ilusión de sacar a Petro.
Sigamos con Vargas. El hombre llegó a su
candidatura vicepresidencial, literalmente, con patada de antioqueño. Del
antioqueño aquel que sabemos, aunque se las den de enemigos. No solo que Juan
Manuel Santos no le exigió decir, aunque fuera por disimular, algo cariñoso
sobre el proceso de paz, sino que a los tres días el recién llegado lo
convenció de meterla toda contra Petro. El presidente, tan aparentemente
cuidadoso de las formas, se descachó en materia grave al plegarse a esa
orientación, pues él está obligado a guardar neutralidad frente a un caso al
que le quedan aún varias instancias por pronunciarse.
Qué impaciencia la de Vargas, utilizando tan
rápido su candidatura a vicepresidente para recuperar, cuanto antes, los
beneficios parciales que les mermó Petro a los contratistas chulos a efecto de
garantizar una presencia mayoritaria de lo público en el sector de los
servicios.
Porque Vargas es un amigo del alma, y en gran
medida agente, de esa patota familiar de apellido Ríos que ha azotado el erario
no solo bogotano sino en donde su olfato le diga que hay basura. Y que complotó
en diciembre de 2012, escondiendo los camiones recolectores, para hundir a la
ciudad en los desperdicios y por ahí derecho intentar tumbar a su alcalde,
mandado que más tarde intentaría cumplirle un procurador alucinado.
El candidato a vicepresidente oyó decir,
cuando era chiquito, que se parecía mucho a su abuelo, Carlos Lleras, por lo
malgeniado. Y se dedicó desde entonces a hacer mala cara y a ser gruñón, para
volverse presidente. La cosa le funcionó y ahí tenemos al señorito. Qué vaina
con este país tan masoquista, al que le gusta que lo manden personas cuya única
virtud es ser gritonas.
Elecciones de hoy. Acepten la simpatía de
este humilde mamerto, y ojalá no los perjudique, los siguientes candidatos de
distintos partidos: Iván Cepeda, Jaime Caycedo, Carlos Lozano, Ángela María
Robledo, Juan Luis Castro Córdoba, Angélica Lozano y Lilia Solano.
Por: Lisandro Duque Naranjo