“A los de siempre”, le contestó uno de los
hackers del corrientazo “Andrómeda” a un periodista de Semana cuando le
preguntó a quiénes chuzaban en su trabajo. “Los de siempre” —de ahora,
obviamente, porque esa lista va cambiando por el sistema de eliminación—, son
Piedad Córdoba, Iván Cepeda, Gustavo Petro, Carlos Lozano, Alirio Uribe y Aída
Avella.
Esta última estuvo por fuera de la lista de
“los de siempre” durante 17 años, luego de exiliarse de emergencia en Suiza, a
causa de un rocket que le dispararon en la autopista Norte, en el 97, y que le
pasó silbando a escasos metros de su cuerpo. No lleva Aída ni dos meses de
retornada a Colombia, donde se la exaltó como candidata presidencial de la
renacida UP, cuando ya le advierten que a lo que vino fue a deshacer los pasos.
Hasta pena me da con ella el haber celebrado su regreso. Creo que fue demasiado
iluso suponer que en este país había vida política después de la muerte física
de tanta gente. Es que uno no aprende.
El mismo día que se supo de la existencia, en
el sector de Galerías, del caspete ese de almuerzos de combate, tatuajes y
juegos de guerra, les llegaron a “los de siempre” panfletos amenazantes firmados
por “las águilas negras” y “los rastrojos”, simples pistoleros que obedecen
órdenes de lo alto. Esa es una historia vieja. Pocos días antes había sido
asesinado en Medellín el pelado de 22 años Carlos Arturo Ospina, hijo de
Fabricia Córdoba, una luchadora por la restitución de tierras que a su vez
había sido acribillada en un bus urbano hace dos años y a quien le habían
matado a su marido, Delmiro, y a otro hijo de ambos, Carlos Mario, de 13 años,
en el 95. Aunque estas víctimas de una sola familia tuvieron en vida méritos
propios, no pedidos en préstamo a nadie, hay que dejar constancia de que
Fabricia, mamá grande de ese hogar exterminado, era prima hermana de Piedad
Córdoba. Quieren acabar es con el apellido.
También a comienzos de semana, fueron hackeadas
la página web de Canal Capital y el twitter de Hollman Morris. Refiriéndose a
esto último, Darío Arizmendi dijo que esas no son más que “autoamenazas de
Hollman Morris” y que éste “hace negocio con ellas”. Cómo le duelen la sintonía
y los temas del canal público de la ciudad.
Y por todo el mapa nacional, militantes de
Marcha Patriótica son trepados a culatazos a camiones del Ejército o roceados a
bala.
Está enloquecida la jauría. Hasta El
Colombiano, lo que pareciera una confesión de parte, habla del grupo “La
generación del 70”, compuesta por igual número de generales, conspiradores
todos ellos contra las conversaciones en La Habana. Como los militares aman las
simetrías y lo cabalístico, se dice que tienen diez grupos de a siete por todo
el país, operando desde las penumbras para mantener asustada a la sociedad.
Demasiados generales para un solo ejército, y eso que no están todos. Pura
burocracia urgida del desocupe que le permite la perpetuidad de la guerra. La
paz es una amenaza, de modo que a impedirla usando los fondos reservados para
el reclutamiento de delincuentes que igual le hacen clic a un gatillo que a un
link. Uno de estos últimos, dijo en El Tiempo, que era un “hacker ético”.
Por supuesto que también estuvieron entre los
chuzados los negociadores del Gobierno en La Habana. Se acabó la semana y no
dijeron esta boca es mía. ¿Qué será lo que les preocupa que se sepa de lo que
conversan entre ellos en la isla?
La transición tan brusca del presidente
Santos, quien pasó de denunciar, la noche del 3, las fuerzas “oscuras” que se
están moviendo, a decir la noche siguiente, como El Pibe, que “todo bien, todo
bien”, y que “Andrómeda” es legal, me hace temer que en Palacio, así, de golpe,
sufrió una encerrona. Y que los que están mandando son otros, los “héroes”.
Por: Lisandro Duque Naranjo|
