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Adjetivos

Texto de Lisandro Duque Naranjo

Cuando los ahora miembros del partido Comunes eran las FARC, el establecimiento decía de ellos que eran “el más grande cartel de la droga del mundo”. Luego del Acuerdo de Paz, aquello del “cartel” resultó ser un simple cobro de impuesto al gramaje a los intermediarios que recogían la pasta de coca en las selvas colombianas. En cuanto a los cocaleros, las FARC les limitaron la expansión de la planta prohibida a efecto de garantizar la siembra de alimentos. Es decir, fueron sustitutos del Estado, algo que debieran cobrarle al Gobierno. Lo de “entregar las rutas”, obviamente, terminó siendo un falso suspenso, ya que a esa insurgencia no le daba la estructura ni era de su interés copar la fase terminal de despachar la cocaína ya procesada hacia los centros de consumo en el mundo, Europa y EE. UU. Para eso tocaba ser de la mafia en serio. Pero no, definitivamente ellos siguieron con su historia de la toma del poder, en lo que se les adelantaron, al igual que a otras fuerzas políticas, los mágicos verdaderos que ahora están en él.

     Luego los llamaron “pedófilos” y se refirieron a sus frentes casi que como antros de orgías romanas al estilo de Mesalina. Y a las mujeres con jefatura intermedia no las rebajaron de “proxenetas”. Solo diré que si esos abusos hubieran sido sistemáticos, en la proporción inverosímil que denuncia la exguerrillera Lorena Murcia —ahora candidata del CD al Senado—, quien habla de “1.200 víctimas”, y aunque hubieran sido muchas menos, es bastante raro que con semejante caudal de “evidencias” se niegue a sustentarlas ante la JEP y la Comisión de la Verdad.

   Ahora, a los ex-FARC les están diciendo “esclavistas”, atravesando un adjetivo capcioso para calificar un hecho que los reincorporados han reconocido como indigno: el secuestro. Por supuesto que como figura jurídica este “esclavismo” no es viable, pero dice mucho del léxico rebuscado con que la derecha mafiosa pretende cancelarlos. Aquellos de la izquierda que los aíslan y son vergonzantes con ellos suponen, equivocadamente, que el enemigo ¿o quieren que diga “adversario”, palabra falaz?— les dará trato distinto.

    Si los mágicos que mandan la parada tienen empapelado a Gustavo Bolívar, acusándolo de “financiar el terrorismo” por donarles gafas, escudos y sombreros de plástico a los heroicos muchachos de la Primera Línea; si el comandante del Ejército llama “secuestro” a la encerrona que les hicieron unos campesinos sin una aguja a 180 militares armados hasta los dientes; si la prensa celebra como un acto patriótico el asesinato a sangre fría, hace 10 años, del comandante Alfonso Cano, estando inerme y solitario frente a 1.000 militares y 50 aeronaves artilladas, mientras comentan la sonrisa de Otoniel “puesto preso” con tanta delicadeza; si el Congreso asciende a general a un policía que se inventó la mentira, para encubrir el crimen de un joven grafitero, de que este era un asaltante de buses; si la horda policial sigue saliendo a las calles a matar jóvenes y a sacarles los ojos; si a un paraco y ladrón como Visbal Martelo lo consideran víctima digna de indemnización, ¿qué esperar del próximo adjetivo que el presidente encuentre para calificar a los Comunes?

“El adjetivo, cuando no da vida, mata”, Huidobro