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Monumento a la resistencia

Texto de Lisandro Duque Naranjo

Desde luego no podía esperarse que la alcaldesa Claudia López vacilara en echarle la piqueta demoledora al monumento a los héroes de la 80, en Bogotá, si en su lugar estaba previsto construirse una estación de su metro. Y menos aún si dicha obra —la del monumento, no la del metro— se había convertido en un símbolo de las movilizaciones juveniles que arrancaron el pasado 28 de abril, llenándose de grafitis inmensos conmemorativos de los 6.402 falsos positivos, así como de pinturas anónimas exaltando a las minorías étnicas, a las comunidades trans, queer, no binarias, no patriarcales, a los estudiantes, a los músicos, teatreros y danzantes de las nuevas camadas, y en general, a esa disidencia popular que representando al 80 % de habitantes de este país se tomó las calles durante dos meses para expresar el repudio contra el establecimiento fracasado.

     Ya me parecía bastante sospechoso que el estallido visual que se amotinaba en ese paraje arquitectónico y urbanístico había durado bastante sin que manos de gente de bien o de la propia policía acudieran a cubrir a brochazos lo que los artistas de la muchedumbre habían ennoblecido con rostros y textos que, lo sabían ellos, no estaban condenados a perpetuarse. Incluso duraron mucho, porque en estos tiempos la gracia de lo efímero tiene una vigencia más permanente, pues se instala en una intimidad memoriosa contra la que los buldóceres no tienen ningún poder. De modo, alcaldesa, que haga con esos escombros lo que ha dicho, para “compensar” a la galería: llévese unos ladrillos de ese monumento a la resistencia, con pedazos de pintura de un rostro indígena indignado, y ármele un nicho en ese museo urbano donde exhiben un tranvía. Y listo. Esto me recuerda la anécdota del compositor popular y callejero Chancaca, de Popayán, a quien le robaron una vez su flauta mientras dormía en un andén, y como comparecieran ante él, muy solidarias, muchas personas que le prometían regalarle una flauta nueva para reponerle la propia, les dijo: “Tranquilos, yo lo que estoy esperando es a que los ladrones vengan por la música”.

      La alcaldesa, tan obvia en su viveza, debió contener a los voluntarios que se le ofrecieron para limpiar las paredes del ahora extinto monumento a los héroes. “Esperen”, debió decirles, “yo les tengo una sorpresa”. Y la consumó de súbito para que la 80 no se le llenara de manifestantes. Me imagino los secretos en el Palacio Liévano para semejante cabezazo. Supongo que hasta conspiró con el mindefensa Molano, para que éste pareciera un afectado por la tumbada de la memoria de los héroes de la independencia, los mismos cuyos nombres no lograban leerse porque por ahí la gente pasa pitada. “Deme ese papayazo, ministro, para pasar por progre”, debió decirle.