Texto de Lisandro Duque Naranjo
Cuando
Trump, desesperado en su campaña por la posible derrota que le infligiría Joe
Biden —quien al final terminó ganándole por estrecho margen—, citaba en sus
discursos a Gustavo Petro y también a veces a Juan Manuel Santos como miembros
de un eje del mal que desestabilizaría al continente, algunos escépticos acá se
lo tomaron muy ligeramente, casi diciendo que los aludidos debieran alardear
por haber sido sacados de los límites locales para ser trepados al olimpo de
los conspiradores internacionales contra la democracia occidental. No es tan
simple la cosa. Ni es atribuible apenas al hecho de que en el estado de Florida
habitan muchas colonias de colombianos, venezolanos, nicaragüenses, cubanos,
etc., susceptibles al discurso “castrochavista” que se presenta como una
amenaza contra el statu quo panamericano. Por fortuna, esta vez Florida no fue
la “línea Maginot” —como en cambio sí lo fue cuando Bush hijo le ganó a Al
Gore—, pues ya ese estado no decidió la presidencia de EE. UU., mediante el
reconteo de un exiguo número de votos. ¡Qué alivio! Esta vez, por lo menos, el
ratón Mickey salió por chatarra.
Desde
luego, por la instantánea circulación de las redes sociales, solo ahora
adquiere magnitud la alusión de un presidente gringo a figuras de la política
colombiana que le resultan adversas (Petro, por ejemplo), aunque en el pasado
muchas otras de acá, casi todas las que han desempeñado la presidencia, han
merecido que su nombre se pronuncie en los círculos de Washington, pero por
serles afines. Otra cosa es que ni siquiera nos hubiéramos dado cuenta, a causa
de la inexistencia para entonces de la globalidad tecnológica. Pero Colombia ha
sido para esa potencia un factor de relieve, sin duda, y muy poco honroso.
Bastante,
por ejemplo, debió hablarse de Laureano, cuando envió 4.700 soldados a la
guerra de Corea, de los que 196 perdieron la vida y 400 resultaron heridos.
Este fue el único país latinoamericano que se inmiscuyó en esa guerra ajena.
También fue el único que le dio la espalda a un país hermano cuando lo de las
Malvinas. Y que puso a las órdenes de Estados Unidos “lo que se le ofreciera”
para Irak. Al final no pidieron tropas de acá, pero aun así docenas de paisanos
mercenarios se echaron su viaje. Algunos incluso se perdieron en el desierto, no
alcanzando a disparar ni un tiro ni a ganarse un dinar. Como aquí se pegan de
un avión fallando, y gente para sacrificar y regalar es lo que hay, después el
minguerra Pinzón y el mandatario Santos nos embutieron en la OTAN, cuando
ningún otro país de este continente pertenece a esa reliquia de la Guerra Fría.
Por
supuesto que todo este arribismo bélico es el resultado de la megalomanía facha
de quien, no saciado con hacer invivible su propia nación, pretende hacer
extensiva la discordia —a la colombiana— al resto del mundo. Sumarse a los
depredadores habituales como peón de brega. Y bueno, ya estamos insertos dentro
del género del espionaje, con Rusia nada menos, país a cuya embajada le
montaron una perseguidora con cámaras y “chuzadas” —por el estilo de las que
les hacen a nuestros dirigentes de izquierda—, que derivó en la expulsión de
dos de sus funcionarios que para los sabuesos de acá deben ser “soviéticos”.
Bienvenidos a la nueva Guerra Fría, en la que Colombia repetirá su triste y
ridículo papel de república bocalicona.