Buscar este blog

Túnel al final de la luz

 

Texto de  Lisandro Duque Naranjo

Los túneles, en cualquier parte del mundo y de cualquier dimensión o longitud —incluso hasta los que se hacen para volarse de una cárcel, se supone que son una vía de ida y de vuelta, algo así como un palíndromo, figura gramatical que equivale a una frase que se lee igual al derecho que al revés: “Anita lava la tina”. Pero en Colombia no es así, y la última prueba a que asistimos es el túnel de La Línea, recientemente inaugurado. Ese es un túnel de aquí para allá y no de allá para acá. Tenían muy en secreto el dato y les tocó revelarlo antes de que la gente se diera cuenta y concurrieran caravanas eufóricas de lado y lado, a cruzar la cordillera de oriente a occidente y viceversa. Cuando le di la información a una señora amiga, que alistaba maletas desde Cali para gozarse esa maravilla de la ingeniería, me dijo: “¿O sea que para viajar por el túnel desde acá toca irse en reversa?”.

Imposible para mí recordar las veces que he pasado durante 50 años por la antigua Línea en bus y en carro. En avión también, y digamos que estos aparatos, al sobrevolar ese pico de 3.265 metros de altura, envuelto en neblina, muchas veces vibran y traquetean como un camión de gaseosas por un camino empedrado. También inolvidables los accidentes, los trancones de varios días por tractomulas atravesadas, los derrumbes, los despeñaderos y los muertos. Menos mal que estos solo seguirán ocurriendo de allá para acá apenas. Y que los accidentes por año —que eran 200— se bajarán bastante, pues en esas cuestas solitarias no habrá con quién chocarse de frente, aunque sí con el que vaya adelante, que también puede ocurrir. El aumento en velocidad del 230 % será solo a la ida, y el ahorro de los 21 km de tramo será simplemente yendo. En cuanto a la famosa luz al final del túnel, solo se aparecerá entre Bogotá y Calarcá, porque al revés lo que hay es un túnel pendiente —¿para dentro de otros 100 años?— al final de la luz. Miti-miti la cosa, tal como se lucraron los contratistas y gobiernos que a lo largo de años dejaban esa obra tirada, retomándola luego con sobrecostos, demeritando a la ingeniería nacional y finalmente apareciéndose con esa solución por la mitad en una arteria estratégica para la economía, la cultura y la geografía nacional.

¿Podría esperarse un túnel normal, en lugar de medio túnel, en un país donde una hidroeléctrica faraónica como Hidroituango —también a causa de haberle tapado un túnel de salida de agua— parece una galleta costeña a punto de quebrarse y de llegarle de sorpresa con sus aguas bravas a cien mil habitantes del bajo Cauca? ¿O donde edificios como el Space, en Medellín, o el Blas de Lezo, en Cartagena, se deshicieron como polvorosas? ¿O en el país del puente Hisgaura, en Santander, que sin estrenarse vio convertida su superficie en un acordeón como el de Francisco el Hombre? ¿O en la república del puente monumental de Chirajara, hacia Villavicencio, que se partió solito como un palitroque? ¿O en cuya capital un puente desemboca en un muro?

PD. Gracias a quienes nos acompañaron el 26 en la Conferencia Internacional “El mundo exige paz”. Vimos logros importantes, innegables. El Acuerdo ha salvado miles de vidas; pero necesitamos muchas manos, voces y voluntades dispuestas a persistir hasta lograr la implementación total del Acuerdo. Con usted, amigo lector, seremos más.