Una semana que apenas yendo por la mitad ofrece
un escándalo frívolo por el estilo del que protagonizaron la señora Dávila, de
Semana, y el señor Nassar, de Presidencia, no sería lógico que terminara mejor
ni tampoco que hubiera empezado con alguna decencia en esas artes marciales del
entretenimiento. Inauguró esa gazapera la señora Salud Hernández — ¡qué
casualidad!, también de Semana—, cuya última columna sobre Aida Merlano
recomienda a las autoridades colombianas “dejársela
a los venezolanos para que se la disfruten”. La polisemia del verbo “disfrutar” es bastante capciosa en este
caso, pues la señora Merlano, sotto voce, es una convicta sex symbol cuyos
atractivos físicos todos nos habíamos impuesto tácitamente omitir en alusiones
periodísticas, para no incurrir en sexismo, pero que la señora Salud quebrantó
con lenguaje celestino, muy por el estilo del Tino Asprilla. Hay gente que dice
que estos episodios grotescos desacreditan a Semana, pero los directivos de esa
revista no parecen molestarse por ellos, como si quisieran auspiciarlos. Deben
estar buscando un nuevo público, cercano al supramundo de las redes sociales,
que no es tan infra como muchos se lo creen y que, entre otras cosas, parece
haberse convertido en la educación sentimental de estos comienzos del siglo
XXI.
Lo del mal hablar viene de antes: la señora
Amparo Grisales lleva meses alzándoles la voz a los cantantes de Yo me llamo y
también a uno de sus compañeros de jurado. Ese parece ser el secreto de la
sintonía de ese programa y la prueba es que por cada temporada le arrojan a la
fiera una nueva carnada humana para que la insaciable presidenta del jurado se
la devore. Por su parte la señora Marbelle vive en una sola furrusca,
obscenidades incluidas, con quienes le critican un traje u objetan una foto de
su hija. Ahora incluso es una teórica del arte. El abogado De la Espriella le
hace una llamada intimidatoria a una científica extranjera, académica de la UIS
—la doctora Elena Stashenko—, porque denunció la presencia de diclofenaco en el
medicamento Doloded. Este excéntrico personaje ya se atreve hasta con la
ciencia. Por supuesto lo que da incremento de lectores en los pasquines online
es la descomposición del lenguaje. Cada madrazo monetiza. Silvestre Dangond se
la pasa todo el tiempo en el escenario agarrado de la bragueta y desafiando
concurrentes a sus espectáculos: “Si tú
me miras a mi mujer yo te quito a la tuya y le doy, y le doy, y le doy...”.
¡Qué es esto! Pero aparte de eso, se la pasan ostentando sus aviones recién
comprados, sus mansiones, sus piscinas. Muy burdo todo eso.
Algo ayuda a orientarlo a uno el hecho de que
todos estos patanes aludidos son ideológicamente clasificables. Y que su tótem
fue el que un día dijo: “Le voy a dar en
la cara, marica”. Desde entonces su vulgaridad no la para nadie. La de
ellos, porque un mamerto soez no se consigue ni para remedio. Y ni siquiera
gente de centro.
Desde cuando se manifestó el coronavirus en
China, hace más de 20 días, 15 estudiantes colombianos no han logrado que el
Gobierno los evacúe de Wuhan, epicentro de la epidemia. Entre las opciones que
les han ofrecido están cuatro tapabocas y siete tiquetes para que los rifen
entre ellos. Esos pelados están casi solos, pues a sus compañeros de otros
países ya los rescataron sus gobiernos. Habrá que cantar el himno nacional.
Por: Lisandro Duque Naranjo