Se le agradece a Gustavo Petro haber exhibido
los videos sobre los “laboratorios de supervivencia” que muestran los maltratos
que se causan entre sí los mandos intermedios del Ejército, disfrazándose de
guerrilleros y de secuestrados. Esas torturas físicas y psicológicas se las
infligen para que después, como lo dijo Esteban Santos —quien pasó por esas y
sufrió golpizas, según lo mostró en un video—, “la guerra de verdad les parezca
un juego”. Un Nintendo con cadáveres reales. Raro que este joven encuentre esas
prácticas encomiables como preparativo para combates verdaderos que se le
antojan lúdicos. Allá él.
Esa metodología del sufrimiento deliberado es
vieja, me consta: un hermano mío, ya fallecido, que fue cadete de la Escuela
Militar en los 60 —y que hasta ahí aguantó, menos mal—, me contó en aquel
entonces de un “laboratorio” de supervivencia en el que participó, cuyos
condiscípulos adoptaron como mascota a un perro errante al que después
sacrificaron para hacer sopa y dejar todos sus huesos ruñidos. No recuerdo si
eso lo hicieron obedeciendo una orden o por mostrarse muy “varones”. En ese
régimen curricular se vienen formando los miembros de la institución con más
prestigio en este país.
Esos “laboratorios” le parecen muy formativos
también al comandante del Ejército, Nicacio Martínez, quien para justificarlos
dice que a esas jornadas solo concurren oficiales y suboficiales, nada de
soldados rasos. Pues siquiera, aunque lo dudo. Semejante pedagogía, sin
embargo, prepara más a los uniformados para el odio, que es lo que le parece
recomendable a la señora Cabal cuando exalta como virtud primordial de nuestro
Ejército “el ser una fuerza letal que va llegando de una vez a arrasar”. Los
que asesinaron a Dimar Torres debieron ser summa cum laude. A esa élite “académica”,
pues, le programan desde el comienzo una autoestima agresiva y un espíritu de
cuerpo que nada tienen que ver con estos tiempos, supuestamente de transición
respecto a una guerra que quedó atrás. Hay militares, menos mal, que, según
testigos, fraternizan en los territorios asignados con los exguerrilleros que
hicieron dejación de sus armas. Deben ser de otra camada, la del Acuerdo de
Paz. Se precisa, sin duda, una reingeniería moral que extirpe de las filas esos
procedimientos de guerra fría, tan sadomasoquistas y anacrónicos.
Y claro que tenían que brincar, ante el video
de terror que mostró Petro, las prima donnas del CD: una dijo que eso era
mentira y que la prueba era que, en tratándose de un soldado, quien hacía la
denuncia “se expresaba demasiado bien”. Y la otra, que “eso no era peor que lo
que les habían hecho a sus secuestrados los de las Farc”. Esas señoras son un
caso. Arrastran consigo un país viejo.
Para creerse el cuento de que en la milicia
respetan los derechos humanos, tendrían que comenzar por defender los propios.
Daniel Coronell. Raras las columnas de María Jimena Duzán y
Antonio Caballero, quienes para reconocer que Coronell tenía razón se sintieron
obligados a agregar que su artículo había sido “arrogante”. Y todo porque les manoteó
a los jefes. No percibí yo esa “soberbia”, que se la hubieran merecido los
destinatarios, pero si acaso la hubo, es lo de menos frente a la deuda moral de
esa revista, ya impagada, con una noticia que ameritaba prontitud por las vidas
que estaban en juego. Esa negligencia fue encubrimiento.
Por: Lisandro Duque Naranjo