Hay muchas actitudes del presidente Duque que
me desconciertan y trato de encontrarles el lado benévolo, a ver si me resulta
soportable, o creíble, que él sea presidente del país en el que habito. No
porque quiera sentirlo como “mi presidente” necesariamente. Eso nunca me ha
ocurrido con ninguno de los tantos que me han tocado, pero ellos por lo menos
tenían la ventaja (excepto Andrés Pastrana, que fue una especie de embajador de
Disneyworld en Bogotá) de que eran personas con visiones del mundo radicalmente
contrarias a las mías. Duque, en cambio, con eso de la economía naranja, parece
un promotor de autoayuda, como si su partido de gobierno fueran el padre
Lineros o Santiago Rojas.
El hecho es que no me acostumbro a asumir a
Iván Duque en el rol presidencial porque, a diferencia de un villano como NHM,
de quien entiendo todo y puedo calcular sus próximos movimientos, como si yo
fuera el inspector Maigret, el actual presidente no me ofrece referentes
fáciles de identificar. Yo lo veo en palacio, por ejemplo, firmando y
discurseando, y me siento igual que cuando entro a un ascensor y coincido ahí
con un muchacho con audífonos escuchando reguetón completamente desconectado
del mundo, y ni nos saludamos.
Obvio que el presidente no tiene la culpa.
Incluso me la echo a mí mismo, por viejo: es que los viejos no entendemos, me
digo. Y finalmente este joven, que ni siquiera es estirado como quien lo
precedió en el cargo, ni violento como su jefe, es de otra generación. Yo qué
hago, el que no da la talla soy yo.
El problema es que él tampoco parece entender a
los más jóvenes ni ser entendido por ellos. Esa incompatibilidad tiene un
agravante adicional: el ahora presidente cursó su pregrado en “la Sergio” y en
filosofía, que en esa universidad es como una teología católica. Y sus
penúltimos 13 años los pasó en Washington, viendo a diario a Luigi Echeverry,
una especie de texano paisa, tutor suyo, cuyas metáforas más asiduas son sobre
novillos, corrales, sogas, etc. Hasta allá debió andar con botas y espuelas. Y
debe ser quien aquí, en cuchicheos con el ex de Fenalco, manda a los Esmad a
prender las ciudades. A él lo ponen a entretenerse con Maluma.
¿Es de extrañar entonces que Duque no se pille
ni media de lo que le dicen los líderes estudiantiles? En absoluto. Por eso se
aparece con lo de las donaciones de los ricos para resolver los problemas
presupuestales de las universidades públicas. Su neoliberalismo compasivo es
muy básico.
Pero además, y su berrinche es sincero, se
lamenta de que ese problema venía del Gobierno anterior. Pues sí, y no solo
eso: realmente venía de los gobiernos anteriores, comenzando por los de quien
lo impuso en ese cargo. ¿Se imaginan si se aparece con la misma respuesta a
propósito de la restitución de las tierras robadas mientras él estaba en
Washington, inocente de todo? ¿Irá a decir entonces: “¡Yo no estaba aquí!”?
Por eso no me suena bien que los líderes
universitarios que negocian en la mesa digan que al presidente “le falta
voluntad política”. No es eso, muchachos, lo que pasa es que el presidente no
entiende el problema. Y ustedes van a tener que hacérselo entender. Ya van tres
a cero con lo de Rogers Waters y Residente, porque lo de Maluma fue un autogol.
Nos vemos el 28.
Por: Lisandro Duque Naranjo