Nunca
le vi ninguna gracia al coscorrón que le pegó Germán Vargas Lleras a uno de sus
escoltas. Sin embargo, una presentadora de televisión, reproduciendo esa escena
varias veces, se moría de la risa “amonestando” al vicepresidente, como si se
tratara de la travesura de un muchacho. Por supuesto, también me parecieron
degradantes las “excusas” que, al día siguiente de la agresión, Vargas Lleras
le presentó a su víctima, con las que empeoró el detalle alevoso de la víspera.
Es algo superior a su voluntad, una enfermedad del mando que desde chiquito no
le corrigieron, quizás para que se pareciera a su abuelo, hasta que lo logró.
Como éste también me desagradó siempre, por dañino para el país —el fraude de
1970, la traición a la ANUC, los tanques en la UN—, cruzo los dedos para que su
nieto no me haga padecer el tedio —porque ya ni rabia— de ver a otro Lleras
gobernando. Sería demasiado, aunque los súbditos de este reino lo quieran, solo
porque parecer honrado se ha vuelto fácil si no se ha recibido plata de Odebrecht*.
Pero ya se verá, ya se verá.
Como
soy antimonárquico, no soporto, pues, ni a los Lancaster, ni a los Windsor, ni
a los Borbones (que tienen un milenio), ni a los Vargas (que si mucho cargan
con un siglo encima), y mi condición atea me hace alérgico a los Arrázola, las
Viviane de Lucio y a los Ordóñez (que vienen desde el antiguo testamento).
Lo
inesperado es que hasta al presidente de la República se le ocurrió, en esta
semana de despedidas del vicepresidente, darle carácter de chispazo cachaco al
coscorrón aquel. Y lo ha recordado dos veces, frente a auditorios muy
concurridos y por televisión. Creo que en el teleprónter, Juan Manuel Santos
hace poner la palabra “coscorrón”, para dar la nota alegre en sus discursos y
levantar el ánimo cuando advierte somnolencia en el público. Y no se equivoca:
la carcajada es unánime, salvo en la casa del humilde miembro del esquema de
seguridad del ministro-candidato. Finalmente es apenas un individuo.
Desde
luego sería un desperdicio que un vocablo que ha logrado hacer tan exitosa
carrera, no inspirara al publicista de Cambio Radical para incluirlo en la
campaña: “Démosle un coscorrón a la pobreza”, o algo así. Ya lo verán. Y para
darle unidad temática, podrían agregar el video de Rodrigo Lara mostrando sus dotes
de fajador, aunque sin conectar un golpe, frente al vigilante de un edificio.
Toda una coreografía.
“Darte
en la cara marica”, “yo tengo unos manes tablúos aquí. Yo te puedo hacer la
vuelta”, “en ese parque no vive gente, solo indígenas”, y el actual hit del
coscorrón, constituyen una muestra del léxico político que viene construyéndose
hace rato ya, con estatus presidencial, y con tal frenesí de las masas —porque
definitivamente son masas, y lo digo sin cariño— uribistas, vargaslleristas y
cristianas, que indudablemente harán de la campaña electoral un evento de
fervor lumpen, homofóbico, misógino, belicista, estilo concierto de Silvestre
Dangond o de Maluma. Habrá más hojas de cuchillos que de vida.
*
Colaboro en la pesquisa sobre Odebrecht, aportando una pequeña caja de pandora:
el posible eje Manizales-Bogotá-Panamá, es decir, Propaganda Sancho-Óscar
Iván-Roberto Prieto. Los tres son de la Perla del Ruiz.