Sería ideal que el acuerdo de paz en Colombia
se coronara como producto de un asentimiento colectivo.
Y por supuesto que el día del anuncio hubiera
euforia, y que los jóvenes gritaran “¡qué chimba!”. Pero no, hay más de uno que
le pone al tema mucho desgano, y que incluso se enoja. La asignatura de la paz,
entonces, pudiera ganarse raspando, o hasta perderse, de llegar a ocurrir una
consulta electoral, o el tal plebiscito. Ya ni siquiera le extraña a uno, de
tanto vivir aquí, que abunden esos para los que la tranquilidad es un encarte.
El hecho es que ante el aumento, a un 92 %, de la percepción pública de calma
en las regiones, que es donde las Farc están cumpliendo su cese al fuego, los
bogotanos no se dan por aludidos. Y ni modo de echarle la culpa al frío, porque
el sol de los climas tórridos, “bastante maleducados” según decía don Tomás
Rueda Vargas, se trasteó para la capital hace rato, como un desplazado.
Eso hasta ahora, porque después del encuentro
Santos–Obama en Washington, el pasado cuatro de febrero, y de la promulgación
del programa “Paz Colombia”, habrá pacifistas como arroz, convencidos, no
necesariamente por razones de geopolítica, ni por motivos elocuentes de
estrategia o de economía, sino porque aquí hay mucho pro–yanqui raso al que le
resulta muy play —¿se dice así todavía?— que un presidente norteamericano haya
asumido el asunto con las ganas que le ha puesto Obama. Y desde Washington, que
no es lo mismo que Orlando, ese vaticano de Disney por el que se priva mucho
personal nuestro. Solo faltaba ese detalle light para que la paz se volviera
una moda a la que ya nadie sintiera miedo de hacerle promoción en la ciclovía.
Si hasta podría ocurrir que a Timochenko le dieran portada en “Vanity Farc”, y
al resto de negociadores en “Rolling Stone”. En Soho no, por favor, pónganle
altura a eso. Y cuiden sobre todo a las peladas.
Así las cosas, el escándalo por los Nike de
Timochenko resultaría siendo apenas un preámbulo a la tendencia que se avecina.
Podrían llegar a verse una discoteca “Insurgente” y restaurantes de comida
fusión con gastronomía de San Vicente del Caguán y La Uribe.
Pero bueno, con tal de que haya paz, aunque
se incorpore el mundo de la frivolidad. Como dijo Enrique IV: “París bien vale
una misa”.
Con la película “El abrazo de la serpiente”,
de Ciro Guerra, ha ocurrido algo semejante. Ha bastado que la academia de
Hollywood se deslumbre con ella para que aquí, por fin, le reconozcan a la
cinematografía propia su excelencia. Y eso que ya en Cannes, junto a “La tierra
y la sombra”, de Cesar Acevedo, se habían alzado con trofeos. Pero a los
colombianos el Óscar les da más caché. Sobre todo en momentos en que Obama se crece
y marca una impronta.
Lo cierto es que a Cannes, obviamente, había
llegado ya el turbión de las conversaciones de paz en La Habana, lo que sirvió
de link a la nominación al Óscar de nuestro cineasta. Es pan comido que lo de
Washington le dará la estatuilla. Y quien quita que del Óscar se pase al Nóbel
de paz, en Estocolmo. Colombia está ya en muchos radares. Menos en el de
Bogotá.
Por| Lisandro
Duque Naranjo