Tal vez solo me
ocurra a mí, pero hay momentos en este país en los que, en lugar de irritarme
con ciertas noticias, prefiero convertirlas en un divertimento. Pasajero, desde
luego, porque la patología política que implican es digna de una república
terminal.
Hace dos
semanas, a Gina Parody, directora del Sena, los estudiantes de esa entidad le
hicieron un mitin de protesta en Manizales. Molesta, o asustada, ante los
manifestantes, decidió entonces encerrarse en esa dependencia durante cuatro o
seis horas. Y al salir de allí, e incluso con denuncia posterior ante juzgado,
declaró que aquello había sido un “secuestro”.
Habrá que
esperar a ver si de esa experiencia sale un libro, pues cautiverios previos –el
de Íngrid Betancur, Alan Jara, el sargento Pinchao, etc.–, dieron lugar a un
género literario exitoso, lleno de riesgos selváticos, necesidades fisiológicas
insatisfechas o sin ninguna privacidad, sustos con culebras y fugas nocturnas
por ríos dramáticos.
Será confiar en
que la doctora Parody, después de ese encierro en la instalación burocrática,
logre conmover a sus lectores con un testimonio épico, o intimista, lleno de
sufrimientos extremos. Lástima que hubiera habido allí ventanas, baños,
refrigerios y posibilidades de chatear. Y que como no la agarró la noche en esa
oficina, con todo y amanecida en un sofá o debajo de un escritorio, no hubiera
alcanzado el flagelo padecido para que su familia le diera ánimos desde “las
voces del secuestro”.
También algún
día, en la Universidad Sergio Arboleda, asistiremos al lanzamiento de las
memorias sobre el “secuestro” de que, según sus propias palabras, fue víctima
el doctor Oscar Iván Zuluaga cuando, a causa de las protestas de los mineros de
Caucasia, el automóvil que ocupaba tuvo que quedarse quieto en un trancón durante
cuatro horas. Por ser quien es el “plagiado”, se escapó de que, para salvarlo
del tedio de esa carretera, el que piensa por él hubiera pedido un rescate a
sangre y fuego.
No sé si
únicamente aquí los episodios originales tienen la vocación de clonarse en
réplicas “light”, o ridículas, o cínicas, como en un espejo deformado que
devuelve una caricatura. Hay otro caso: la modalidad lujosa, por ejemplo, como
algunos ricos de ciudad se hacen a sus propias zonas de reserva campesina, esas
sí verdaderas republiquetas
independientes de los empresarios. En efecto, una ministra actual, la de
Educación, antes de serlo, un embajador en Washington (también previo a ser
nombrado, y ya en este momento caído de donde apenas estuvo un ratico), varios
dueños ilustres de mucho ingenio, los de Riopaila, un acaudalado banquero y
propietario de periódico, Luis Carlos Sarmiento, y por supuesto alguien con
menos caché que ellos, pero a quien le aprendieron mucho, el extinto Carranza,
se valieron de confidencias privilegiadas para usurparle tierras a quienes de
verdad las sudan y supuestamente la ley los ampara.
A estos
últimos, cuando reclaman lo que les pertenece, les echan encima al Esmad,
mientras que a esos falsos labriegos les ofrecen los códigos para que los
remienden.
De ese mundo
paralelo que reproduce una imagen contrahecha, también ha comenzado a formar
parte el TLC, al convertirse en una DEA que persigue a nuestra agricultura.
Ahora el arroz es un cultivo ilícito, y pronto lo serán otros. Ya han caído
varios cargamentos. A partir de la fecha, el que críe pollos u ordeñe vacas, va
a formar parte de algo parecido a la “lista Clinton”. Aún así, no diré que ya perdimos el derecho a
llorar sobre la leche derramada.
Ni a mandar
Miami al CTI a agarrar, para juzgarlo acá, al policía gringo que mató al joven
grafitero colombiano Israel Hernández. El problema es que aquí el Congreso
acaba de ascender al general de la policía implicado en encubrimiento del
crimen del otro grafitero, el pelado Diego Felipe Becerra. Mejor dicho…
Por: Lisandro Duque Naranjo