Buscar este blog

¿Mandato propio, o mandado a Uribe?


Autor Lisandro Duque Naranjo

Ocho días antes de las elecciones en las que salió victorioso, Juan Manuel Santos multiplicó los esfuerzos e intensificó su campaña, a juicio de muchos innecesariamente, pues en realidad los resultados eran previsibles y el candidato hubiera podido perfectamente darse el lujo de llegar solitario a la meta sin pedalear tanto.

Es probable que los del Partido Verde atribuyeran esa febril actividad a la urgencia del candidato de la U por aumentar exponencialmente su votación frente a Mockus, a efecto de dejarlo bien regado. Pero no.

Santos, en realidad, se mostraba insaciable no tanto por triplicar a Antanas —lo que finalmente ocurrió—, sino por obtener muchos más votos que los que en cualquier elección anterior alcanzó a lograr Uribe. Para sacudírselo de encima, pues su sombra le debe resultar insufrible. Es que Uribe se siente el dueño de su pase, y como su figura suscita entre la colombianería elemental una devoción similar a la de Diomedes Díaz, se insinúa como una amenaza a la gobernabilidad del recién elegido si acaso éste no cumple al pie de la letra lo que él le dicte y dedica sus cuatro años a copiar la plana esa de “la confianza inversionista, la cohesión no se qué, y bla, bla bla…”. Un chantaje, mejor dicho.

Santos ha ensayado mucho por su cuenta, y desde chiquito, para ser presidente, y no va a resignarse a ejercer ese cargo como si se tratara de un préstamo o favor personal que le hace alguien distinto a eso que pomposamente se llama la voluntad popular. Y menos si, quien se autoproclama como el dadivoso de ese privilegio —por haberle cedido un electorado que quedaba baldío y ya no podía utilizarlo en favor propio—, siempre quiso atajarlo pues su favorito era otro, un tal Uribito al que tenía bien amaestrado.

Santos, pues, podrá hacer un mandato malo, pero eso sí no llega a la Presidencia a hacerle a Uribe un mandado. Además, ni es el Cámpora del pequeño Perón antioqueño, ni el Medvedev de ese Putin paisa. Y así ponga mucho empeño, será imposible que su gobierno resulte peor que el de quien se lo entregará el próximo 7 de agosto.

Al menos eso es lo que se deduce de su discurso el día de su triunfo, cuando dijo que “comienza una nueva era de unión nacional”, (…) que “es la primera vez en la historia que un mandatario gana con semejante votación”, que “llegó la hora de voltear la página de los odios y las divisiones”…

¿Le perdonará Uribe éstas frases? Difícil. De hecho, una semana antes de las elecciones, cuando César Gaviria adhirió al candidato de la U recomendándole dejar atrás la polarización creada por el actual gobierno, el aún Presidente lo llamó por celular y le soltó una sarta de improperios que fueron todo un estilo durante sus dos cuatrienios. Gaviria, habitualmente contenido, se limitó a responderle: “Vea, dedíquese más bien a terminar ese gobierno suyo, que ha sido un asco”.

Otros detalles de autonomía frente a su antecesor, han sido las reuniones de Santos con todos aquellos a quienes Uribe, abusando del poder, insultó y consideró siempre estorbosos: Vargas Lleras, Pardo Rueda, Gustavo Petro, las altas Cortes… etc.

Quién sabe en qué pare toda esa parafernalia unitaria. De momento, lo que me entusiasma es la desazón que ha significado para el sombrío personaje que hemos soportado durante ocho años. El mismo que, según mi amigo Fernando Vélez, apenas ahora se está dando cuenta de que tanto para él como para su familia y sus amigotes, la casa presidencial entró ya en extinción de dominio.

* * *

Concluido este artículo, me entero de que el señor Uribe quiere ser candidato a la Alcaldía Mayor de Bogotá. Coincide su aspiración con el bloqueo hecho por su gobierno a la primera línea del metro proyectada por el alcalde Samuel Moreno. Como quien dice que ese bocado de cardenal se lo quiere dejar para él, cuando sea alcalde, o como motivo de su campaña. Incorregible el señor.