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Reinos mineral, vegetal y animal

 Texto de Lisandro Duque Naranjo

    La semana pasada hubo un foro revelador en Hora 20 sobre el tema de los combustibles fósiles. Cuatro expertos disertaron -entre los que había tres exministros de Minas recientes-, y todos coinciden en que le quedan cinco años de plazo a la explotación y uso energético del petróleo y algo menos al carbón. El descrédito de esos minerales es mundial. Lo curioso es que ninguno de esos exfuncionarios había tocado el tema en los últimos años. Ley del silencio. El hecho es que cuando Gustavo Petro, en su campaña presidencial, argumentó sobre los daños ambientales que ocasionan el petróleo y el carbón -lo que obligaba al mundo, desde hace años, a un viraje hacia las energías limpias-, le cayó encima todo el aparato político que después “ganó” las elecciones. Los “periodistas” fletados le desviaban el tema hacia sus zapatos “Ferragamo” y lo increpaban por “polarizador”. Pues bien, uno de los panelistas de ese programa, refiriéndose a la agonía del carbón, que ya no lo quieren en ninguna parte, informó que ese producto pasó de exportar 95 millones de toneladas en 2015 a 15 millones en la actualidad. Se acabó eso, chao Cerrejón. Y no deja de recordar uno cuando el río Ranchería, en La Guajira, fue desviado para atender una bonanza que hubo (ver documental El río que se robaron, de Gonzalo Guillén), mutilando a un departamento al que se le mermaron su otrora 39 % en el censo nacional de aves, sus parcialmente extintas 2.000 especies de plantas, su antaño 19,2 % de reptiles -que se regaron por todas partes a picar a los que se encontraran-, aparte de que los habitantes en el entorno del daño empezaron a caerse de sed y de hambre.

     Hace 15 años ya que los arenques del Báltico -fuente alimentaria de los escandinavos y especie que crea un tejido cultural desde los tiempos de los vikingos- están migrando al polo norte. Se les trepó el precio, antaño popular, a los sánduches de arenque con toronja. Y a la gran industria de enlatados. Los lenguados, besugos y salmonetes del Cantábrico español se están yendo, a su vez, para el Báltico. Los que se quedan, se hunden en las profundidades frías espantados por el calentamiento global, volviéndose inexpugnables para los grandes barcos pesqueros. Y nuestros pargos y róbalos ecuatoriales, por los mismos motivos, ya nadan en aguas de las Canarias y del Mediterráneo, como africanos desesperados.

    En cuanto a las pobres vacas, su boñiga produce el 15 % del metano que incide en el calentamiento global, y en las selvas -sobre todo en Colombia y Brasil donde los ganaderos adquieren gratis los baldíos para echar ahí sus reses a pastar (ganadería expansiva)- generan una deforestación que desequilibra la cuenca amazónica y es causa de inundaciones como la de Mocoa.

    Los cultivos de aceituna españoles -milenaria especie formadora de tradiciones y rutinas laborales- están cambiando sus ciclos de siembras y cosechas, afectando la economía y la cultura, e impactando la circulación comercial en la Unión Europea. Y también en Carulla, en Olímpica, etc., si es que aquí todavía nos consideramos parte de este planeta. Parece imperceptible ese avance de lo anómalo, pero ahí va. Cuando sean simultáneas esas derivaciones, sumadas a los centenares que son propias de un modelo de desarrollo codicioso, el caos llegará de súbito en más frentes de los que nos imaginamos.