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Devotos y de votos


Texto de Lisandro Duque Naranjo

Son muy diferentes entre sí el presidente Duque y el exfiscal Martínez Neira. En lo único que se parecen es que ambos son malas personas, lo que en cada cual tiene inspiraciones distintas. Duque, por ejemplo, cree en la Virgen y siempre se le atraviesan varias: la de Santa Catalina fue la última, por haber quedado intacto su cuerpo de yeso y cemento luego del azote del huracán Iota. Hay tantas vírgenes en el mundo, que ni siquiera requieren estar hechas de material resistente para sortear ilesas ese tipo de temporales y prestarles un servicio místico a sus creyentes. Que si por fortuna uno de estos es presidente, y aunque no haya sabido nunca de su existencia, es muy funcional para atribuirle un prodigio. Virgen es virgen. Aunque ni en San Andrés, ni en Providencia ni en Santa Catalina ocurrió milagro alguno, pues en esos tres lugares el cielo se les vino encima a sus habitantes dejándolos apenas con lo que tenían puesto. Algo hubieran podido salvar, sin embargo, si desde Presidencia, donde sabían de la inminente calamidad desde hacía tres días, no hubieran confiado tanto en deidades supremas. Eso de la fe, qué casualidad, le sirvió al presidente para reincidir en la negligencia criminal de su propio padre, quien era ministro de Minas hace 35 años y no hizo nada cuando los vulcanólogos previeron con suficiente anticipación el desastre de Armero. A diferencia del Iota en Providencia, el nevado del Ruiz no respetó ni a la virgen del pueblo. Los devotos siempre son un peligro, no solo por su desdén frente a la ciencia, sino porque a la hora de la verdad, y por si acaso la ciencia resulta cierta, les advierten del peligro a sus más allegados, como lo hizo el padre del presidente actual. Ese no parece ser el caso de su hijo, quien es un creyente puro. Recuerdo que en mi pueblo se decía que para tener bajo nivel cognitivo había que cumplir con tres condiciones: comer harto pan, bailar amacizado con la hermana y que se le apareciera alguna vez la Virgen. Tal cual.

El exfiscal Martínez Neira, por su lado, no es nada ostentoso con su credo religioso. Puede que sea agnóstico o laico a secas, el pedazo moral que tal vez sí le heredó a su padre. Y, por lo tanto, no se le ocurre atribuir el cianuro que ultimó a los Pizano, padre e hijo, a una fatalidad ultraterrena. Él prefiere achacarle esas muertes a una casualidad; un simple accidente, para efectos jurídicos. Y listo. Tampoco dijo que eran milicias celestiales las que, bajo sus órdenes, allanaron la JEP en 2018, como si ese tribunal fuera la Oficina de Envigado. Ni Odebrecht, Navelena y el Grupo Aval fueron parejas de faunos salvadas en el arca de Noé, sino “entidades respetables de nuestra institucionalidad”. Y santo remedio.

También cree el señor NHM que heredó de su padre las destrezas del teatro, pero no, esa afición por la dramaturgia la ejerce de manera chueca. Cuestión de ver su sainete tan chapucero para enredar a Santrich e Iván Márquez —bueno, y a De la Calle, al general Naranjo, a Piedad Córdoba y muchos más— en un supuesto alijo de cocaína. El solo “mexicano” de la DEA o del cartel de Sinaloa era un tipo lo más de chapineruno, ala. En Colombia puede engatusar con esa “obra” a más de uno (por ejemplo, a los de Blu Radio), pero ahora que va para España como embajador estará arrepentido de haber involucrado en esa opereta a Enrique Santiago.