Los
colombianos tenemos fama en Venezuela de ser muy formales en nuestros modales.
De utilizar, por ejemplo, frases tipo “qué pena con usted”, “venga tomémonos un
tintico”, etc., sobre todo cuando incurrimos en conductas graves.
Mucho
de caricatura hay en esos estereotipos, que de parte nuestra les correspondemos
a los venezolanos con prejuicios por el estilo de que son carentes de tradición
académica y poco laboriosos. Además, aquí nos comimos ese cuento de Bolívar de
que “los “granadinos” (nosotros) vivimos en una universidad, los “patriotas”
(ellos) en un cuartel, y los ecuatorianos en un convento”. Las cosas han
cambiado, y hoy podría decirse que los de cuartel y convento somos nosotros.
Sin
embargo, cuando el presidente Santos recibe en palacio al excandidato Capriles,
pareciera corroborar nuestra –o al menos la de él– reputación ladina. Y para
contener la respuesta previsible del gobierno venezolano, dice que no hará
“diplomacia de micrófono”. Se supone que porque prefiere la diplomacia
telefónica, pues al día siguiente de esa visita, a las 6:30 a.m., la canciller
María Ángela Holguín llamó a su colega venezolano, Elías Jaua, supongo que a
decirle “qué pena con ustedes, tomémonos un tintico o ¿cuándo almorzamos?”. No
se sabe qué le dijo él.
Capriles,
desde luego, está en su derecho de visitar este país y de hablar con quien
quiera, incluidos los del capitolio, pues el Congreso es de lavar y planchar.
Pero ser recibido por el presidente de la República ya son palabras mayores, cuyos efectos
debió calcular el anfitrión. Sobre todo si tres días antes estuvo en Bogotá el
vicepresidente de EEUU., quien se pegó ese viaje a comprar flores, y tal vez a
ordenar que se recibiera en palacio al excandidato. Obvio que con esa atención,
JMS también quería darle un gustico al que lo antecedió en el cargo, quien hace
poco se lamentaba de no haber alcanzado a invadir a Venezuela por quedarle
apenas tres días de plazo para concluir su gobierno.
El
hecho es que Santos y Capriles se encerraron a hablar una hora, y ni los
colombianos ni los venezolanos sabemos de qué, algo que por lo menos quien
tiene rango institucional debe revelar. Y que no fue solo sobre cómo está la
familia, o qué bueno que hoy no llovió en Bogota.
A
los que sí les han sobrado micrófonos ha sido a los de los noticieros, radiales
y de los otros, muchos de los cuales reivindican el derecho del presidente a
conversar con el excandidato venezolano, de igual manera, dicen, a como Chávez,
en su momento, lo hizo con Iván Márquez en Miraflores. Pésima la comparación,
pero al menos reconocen que el estatus de Capriles es el de enemigo activo de
Nicolás Maduro. Y aunque olviden que el encuentro Márquez-Chávez tuvo lugar no
solo bajo autorización, sino a pedido, del presidente de Colombia en ese
instante, y para facilitar la gestión humanitaria de devolución de rehenes, por
parte de las Farc, a Piedad Córdoba. Algo que también se pasó por la galleta el
procurador.
Las
consecuencias del encuentro Santos-Capriles apenas empezaron a fermentarse el
jueves en la tarde. Ya hoy es viernes –día en que despacho esta nota–, y con
razón el gobierno de Maduro está ofendido. Pero también los colombianos ante la
irresponsabilidad del señor Santos, quien se muestra tan capaz de tirarse en
paro intereses superiores a cambio de una causa menor. A menos que para él sea
decisiva.
CONTRAVÍA.
Me congratulo por la reaparición del programa Contravía, los sábados a las 10
p.m. por el Canal 1. Luego del exilio de su fundador, Hollman Morris, a causa
de las ‘chuzadas’ aquellas, el Fondo Global Sueco ha permitido la vuelta a las
pantallas de un espacio periodístico que honra la libertad de expresión en
Colombia.
Por: Lisandro Duque Naranjo