Texto de Lisandro Duque Naranjo
Se supone que de aquí a que termine de escribir
esta columna —y con mayor razón cuando salga publicada, que será el lunes— ya
se habrá resuelto la incertidumbre sobre los votos que faltan para que el
candidato demócrata, Joe Biden, sea declarado nuevo presidente de los Estados
Unidos. Magnífico celebrar que en ese país habrá un gobierno sin la
aparatosidad pintoresca del macho alfa que durante los cuatro años anteriores
asoló al mundo con sus excentricidades de ricachón mal hablado. Bien ida esa
locuacidad obtusa contra los inmigrantes, a los que convirtió en parias y cuyos
niños les arrebató para enjaularlos. Queda despachado su desdén por la ciencia
con el que ha hecho de su país campeón en mortalidad por COVID-19 —hasta el
punto de convertir el tapabocas en una prenda del eje del mal y el no usarlo en
un santo y seña de la derecha internacional—. Bajo su gobierno, el tema del
cambio climático se convirtió en una entelequia propia de terroristas; su
maltrato a las mujeres, en un paradigma para los misóginos, y su racismo, en
una incitación para que la peor policía y el KKK reactiven sus hogueras y
carnicerías. Aquí en Colombia nada más el estrangular con la rodilla a un
indefenso lo estrenaron el 9 de septiembre nuestros policías en la humanidad de
Javier Ordóñez. Esa fue la colombianización del “I can’t breathe, please...”,
frase agónica de George Floyd a la que se le respeta su idioma original.
Insólito que una potencia mundial, que tiene
entre sus saberes científicos a Silicon Valley, sea tan rústica —además de en
muchos valores espirituales— en su sistema electoral. A tal punto que algunas
registradurías —una por cada estado— están esperando todavía que lleguen los
votos para el conteo, como si vinieran a caballo o en diligencia. Honor que le
hacen los Estados Unidos contemporáneos a su umbilicalidad cultural con las
épocas del etnocidio indígena y de los cara-pálidas Billy the Kid y Wyatt Earp.
Y para no perder este imaginario del Far West, nuestra Katy Jurado bugueña no
desamparaba, a punta de Zoom y de Facebook Live, a los electores colombianos de
la Florida, mientras su jefe Uribe le hacía un guiño muy eficaz a la
cubano-americana María Elvira Salazar, quien quedó electa congresista. También
fue jefe de debate de ese americano feo, en Colombia, en Miami y en Washington,
el embajador Francisco Santos, dándoles una mano bendita a Lincoln Díaz-Balart
y a Marco Rubio, uribistas cubano-americanos, quizás abriéndoles el censo
consular de colombianos residentes en la Florida, según la alerta que hizo Iván
Cepeda. Campaña activa también la hubo por parte del Gobierno, según lo deduzco
leyendo la oferta gratuita de pasabocas y pruebas COVID-19 —allá no se usan los
tamales para eso— por parte del consulado en Miami a la colonia colombiana.
¡Por fin hizo algo este Gobierno contra la pandemia! El hecho es que la Pequeña
Habana se convirtió en una especie de Envigado gringo, en el que hasta Gustavo
Petro jugó como referente estigmatizado por Trump, quien lo tildó —en realidad,
un honor— como aliado del diabólico y extremista Partido Demócrata.
En vísperas electorales hubo alza en la venta
de armas, en esa tierra que tiene más tiendas de Smith & Wesson y fusiles
AR-15 que establecimientos de McDonald’s (cifra real). Ojalá el weekend no haya
estado muy movido.