Se necesitaban unos muertos más —aparte de los
que todavía faltan— para que algunos sectores de opinión, que frente al Acuerdo
de Paz fueron indiferentes, cuando no adversos, comenzaran a sentirse tocados
por la inminencia de que el conflicto armado tomara un segundo aire y alcanzara
a exponerlos a ellos también a perder la vida. Todavía no, ni en los lugares
donde se dio la anterior guerra, pero tal vez sí un día de éstos, y de peor
forma, según el frenesí que está cogiendo la matanza selectiva contra los zurdos
que se fajan frente a los poderes locales podridos. A la velatón del viernes,
por lo multitudinaria en Colombia y unos 20 países, es probable que haya
concurrido mucha gente arrepentida de por quién votó el pasado 17 de junio. Nos
hemos vuelto expertos en movilizaciones de arrepentidos por el voto de la
víspera. En la velatón de la Plaza de Bolívar vi a centenares de pelados muy
plays, que se les notaba a la legua que era la primera vez que veían la
Séptima, y se la gozaron como algo exótico, filmando a los fonomímicos que
imitan a Juan Gabriel y Michael Jackson. Ese policlasismo debió inquietar mucho
a los del CD, aunque la muchedumbre que más los atormenta sea la del pueblo
raso.
Lo que el CD llamó “amenaza” y “chantaje” de
Santos, cuando éste dijo que desaprovechar la paz nos abocaría a una guerra
peor, parece estarse cumpliendo como una maldición. Pero desde un solo lado, el
de los gananciosos. Y un país no se devuelve diez años, a sus peores tiempos,
sin pagar por eso. Y no apenas con la vida de luchadores de causas nobles por
el medio ambiente, los derechos de los afros e indígenas, la restitución de
tierras, etc. Es cierto que venían dándose crímenes graneados de líderes
sociales, hombres y mujeres desde antes y durante las jornadas electorales ocurridas
este año, atribuibles a residuos posplebiscitarios de virulencia, de odios
anti-Farc, pero ya consumada la victoria de los villanos, con exigua ventaja
sobre los contestatarios, aquellos se desataron contra éstos, impacientes por
exterminarlos. “Empoderados”, como lo ha dicho Gustavo Petro. Estaban que se
disparaban y ahí comenzaron a hacerlo en progresión geométrica. Es su
naturaleza. Sólo necesitaban un empujoncito para apretar el gatillo, y se los
dio la senadora Paloma Valencia desde el Congreso, donde estuvo enseñoreada,
con su rictus ominoso, acaparando televisión durante una semana. Efectos de sus
peroratas: el martes una volqueta botó a siete humildes cadáveres de la parte
oscura del muro imaginario de esa señora en un rastrojero en Argelia, Cauca,
población donde la Colombia Humana obtuvo un 90 % de votos. Como quien dice:
tengan. Y siguió cayendo gente: en Atlántico, Chocó, Antioquia, Tolima, Caquetá
y Nariño, y antier sábado, en la noche, en pleno horario de la Velatón, otra
más, en Guacarí, Valle. Esos 14 muertos en cuatro días treparon la cifra de
inmolados en dos años de 269 a 283.
No es por temeridad que asumo la relación
causa-efecto entre la oratoria televisiva de doña Paloma y los asesinatos que
ocurren de inmediato. Donde a Laureano le hubiera tocado la TV, y no apenas la
radio, los muertos de la Violencia hubieran sido el doble.
Y para no abundar en explicaciones, cito a
Bertolt Brecht: “Hay muchas formas de matar a una persona, y pocas están
prohibidas en este país”.
El 7 de agosto nos posesionamos de la calle.
Por | Lisandro Duque Naranjo