Envía el economista e historiador Mario
Arrubla, desde Nueva York —donde vive hace como 15 años—, un mensaje con el que
intenta persuadir, a quienes piensan votar en blanco en los próximos comicios,
para que en vez de eso marquen el tarjetón por Juan Manuel Santos.
No es él un santista en absoluto, pero
advierte que, ante las dos únicas opciones, y el margen tan estrecho, el voto
en blanco aquí podría significar consecuencias parecidas a las que, en las
elecciones norteamericanas de 2000, tuvo ese 3% de votos de distracción por
Raph Nader, que sellaron la derrota de Al Gore frente a George W. Bush. Y como
no le parecen iguales los demócratas a los republicanos, distingue ese matiz
consistente en que, de haber triunfado Gore, obviamente habría incurrido en las
arbitrariedades previsibles de quien preside un imperio, pero jamás en las
proporciones en que terminó haciéndolo el ranchero de cuyo doble mandato aún
sigue siendo víctima la humanidad. Por cuenta propia agrego otro ejemplo de
allá mismo: de haberle ganado John McCain a Barack Obama, no nos alcanzarían
los dedos de las manos para contabilizar las guerras en que estaría hundido el
planeta a estas horas. De modo que, ya sobre lo nuestro acá, eso de que “Santos
y Uribe son la misma cosa”, es una frase inexcusable que todavía tienen tiempo
de rectificar quienes la dicen, y que nunca se les perdonaría si acaso el
segundo resultara vencedor. Para ellos, esta opinión escrita por el poeta Juan
Manuel Roca y a la que adherimos quienes no obstante ser artistas —o puede que
por eso mismo—, tenemos bien puestos los pies en la tierra: “pedir causas
perfectas es condenarse a la parálisis política”.
No necesito entonces hacer ninguna pirueta de
conciencia para decidirme a votar por Juan Manuel Santos el próximo 15 de
junio. Y lo haré por muchas razones, entre otras, y así al azar, porque me
molesta la indolencia de quienes simpatizan con el candidato Zuluaga, a quienes
no les importa que este ofrezca, para saciar una venganza personal de su jefe,
enviar al sacrificio a los hijos de los humildes, mientras deja para los
propios, en edad de prestar servicio militar, el resguardo de la casa o de los
estudios en el exterior. Ya quien lo manipula, durante su gobierno de ocho
años, había salvado de los riesgos de la milicia a los suyos, a quienes
convirtió en una cosa llamada “emprendedores”, que consiste en hacer buenos
negocios aprovechando el puesto del papá. En cuanto a los muchachos del pueblo,
que se inmolen como corderos pascuales en el comedor de la guerra, que ya se
les dirá “héroes” cuando los den de baja.
Y como me involucré en el tema de los hijos,
es conmovedor el caso de Óscar Iván Zuluaga: no sólo que durante el día tiene
que escucharle la parla a su superior, sino que por las noches, su hijo David
se lo imita a la perfección, supongo que recordándole cómo tiene que hablar y
qué tiene que decir. El pobre terminó remedando a su jefe y a su hijo. Al
muchacho no le ha ido mejor, porque cada cierto tiempo el expresidente lo llama
para exhibirlo como una atracción. “Les presento a mi doble”, dice, lo más de
sonriente. Esa familia debe estar urgida de comenzar a ser ella misma, de
volver a ser la antes. La esposa y madre de ese par de Uribes falsos, va a
estar feliz el 16.
Por: Lisandro Duque Naranjo