El miércoles
pasado se supo que el gobierno de Nicaragua había instaurado, en la Corte
Internacional de La Haya, una nueva demanda contra Colombia, exigiéndole a
nuestro gobierno “no amenazar más con el uso de la fuerza en la zona” y
conminándolo a respetar la sentencia que se falló en noviembre de 2012.
Ante la
noticia, la canciller María Ángela Holguín puso cara de niña buena que no ha
roto un plato en su vida y expresó que la actitud del gobierno centroamericano
era “incomprensible”. Se supone que porque el Gobierno colombiano ha sido,
frente a la pérdida de los 75 mil kilómetros cuadrados, la mar de respetuoso.
En cuanto al ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, compareció a los medios
con cara de yo no fui y le echó el agua sucia al gobierno de ese país,
llamándolo “preadolescente”.
Ver la actitud
ladina de los dos funcionarios me recordó a esos jugadores de fútbol que, luego
de zamparle un codazo en la cara, o un puntazo en la canilla, a un adversario,
miran estupefactos al árbitro cuando les saca la tarjeta roja. Por supuesto
esos futbolistas actúan demagógicamente para la tribuna del estadio, para sus
barras bravas, que cumplirán su misión pavloviana de corear los madrazos de
rigor contra el juez, sin importar que por la televisión se estén dando
pruebas, desde todos los ángulos, de la alevosía con que han dejado a sus
contrarios tirados en la grama.
Los dos
ministros, Holguín y Pinzón, tienen que pensar que el pueblo es muy bobo —y si
uno se atiene a cierto tipo de pueblo, a lo mejor tienen razón—, para que con
tanta frescura aleguen haber sido correctos con Nicaragua. Cuando en realidad
llevamos un año viendo, sobre todo al de Defensa, dándoselas de comandante de
la armada invencible, de terror de los océanos, tratando de intimidar a Ortega,
quien contra su costumbre, en este asunto ni siquiera ha necesitado salirse de
su chaqueta. Él va montado en coche, pues lo respaldan la juridicidad
internacional y la de su país.
Y qué tal Juan
Lozano y Roy Barreras, esos piratas del Caribe 2, amenazando a Rusia con
bajarles aviones si vuelven a surcar nuestros cielos, y advirtiéndole a China
que ni se atreva a mandar sus acorazados. En realidad los preadolescentes son
ellos, haciéndole “bullying” a ese par de países que, para no ponerme patético,
me abstendré de llamar superpotencias. Los pobres senadores me recuerdan a esos
muchachitos que, desde el parabrisas trasero de un corsa, le sacan la lengua al
chofer de una tractomula que hace sonar sus cornetas pidiendo vía.
El presidente
Santos no puede seguir exponiendo su reputación internacional dejándoles tanta
iniciativa a subalternos afiebrados —o parlamentarios propios u opositores—,
que sin duda están empeorando el problema con Nicaragua. Es cierto que se le
han cruzado los horarios de su campaña por la reelección acá, con la pérdida
—no por culpa suya— de una porción territorial bastante sensible. Pero esa
simultaneidad no justifica que revuelva las astucias que le impone lo local,
con los procedimientos populacheros que está utilizando para lo internacional.
De seguir así, pudiera llegar a un punto de no retorno bastante irreparable,
incluso en ambas causas.
Esa dualidad, o
vacilación, también le ocurre con las conversaciones en La Habana. En las que
más parece que, para coronarlas exitosamente, primero tuviera que llegar a un
acuerdo negociado aquí con quien lo antecedió en la Presidencia.
Por, Lisandro Duque Naranjo
