Al senador caucano del conservatismo José Darío
Salazar, hace rato que lo persigue un cargo, no de conciencia propiamente, por
haberse hecho adjudicar el “Motel Las Pirámides”, a la salida de Cali, supongo
que en la carretera hacia Popayán.
El negocio, muy lucrativo, lo obtuvo mediante artes de
influencia entre los bienes que maneja la Dirección Nacional de Estupefacientes
(DNE). No me interesa —aunque el asunto es tentador— hacer ninguna asociación o
contraste moral entre ese establecimiento de molicie sexual y escapadas
adúlteras, y el estilo indignado del senador payanés cuando en el Congreso se
opone a iniciativas que, supuestamente, amenazan “la unión familiar y la
institución matrimonial”. Las relacionadas, por ejemplo, con derechos nuevos
como el del patrimonio de las parejas gay y temas afines. La asociación se hace
sola.
A lo que quiero llegar es a algo más turbio, y es al
sentido del cálculo que tiene en su trastienda el senador Salazar: cuando
escogió ese motel para quedárselo en beneficio propio, aprovechándose de la
mentalidad regalona del DNE (sobre todo cuando los beneficiarios son miembros
de la Dirección Nacional Conservadora, DNC), me imagino que lo que lo atrajo
fue que ese bien extinto había sido de un finado sin huérfanos ni viuda, con lo
que se ahorraba después líos. Ese motel, en efecto, fue del famoso Élmer Pacho
Herrera. Como de éste se decía que era gay —y discúlpenme la alusión, que para
el caso es pertinente—, el usufructuario gratuito, un homófobo militante, no le
intuía dolientes directos, al menos con derechos. Si no fue así, la casualidad
es excesiva y al menos es una buena trama. No por eso, sin embargo, dejó de
saltar la liebre donde no se la esperaba, a lo mejor de parte de hermanos o
sobrinos, y la Corte Suprema de Justicia tiene empapelado por el asunto al
senador Salazar. Hace rato ya, pero como el virtuoso dirigente conservador
estuvo en la boda aquella del “quattrocento”...
Hay algo de irritante en esa maniobra, que hace de
este político un caso peor que el de sus pares, pues éstos por lo menos no
alcanzaron a prever en sus trampas esos riesgos de herencia. No por eso dejamos
de estar ante una patota de logreros que, mientras aún existían los que
amasaron fortuna a punta de masacres, le tenían puesto el ojo ya a lo que iban
a dejar. Como aves de desperdicio que en las alambradas esperan a que expire un
animal herido.
El caso de otro dirigente conservador es parecido,
aunque ignoro si las propiedades de que se aprovechó tenían o no herederos. El
senador huilense Hernán Andrade tiene la particularidad de ir por la vida
sonriendo. Podría decirse que de pura alegría, si fuera persona intachable,
pero como eso está en duda, habrá que pensar que es por burlarse. Cada que lo
veo saliendo de un interrogatorio —siempre por una acusación distinta—, me
acuerdo de lo que escribió Alberto Lleras a propósito del papa aquel que
antecedió a Juan Pablo II y que duró vivo escasos 30 días en el trono de Roma:
“estuvo sonriendo un mes sin saberse de qué” (Ver El Padrino III).
Una hacienda en Pitalito del narco Leonidas Vargas y
un “préstamo en rama” de $250 millones, recibido de quien desfalcó a Cajanal,
adornan el expediente del risueño personaje huilense. Él dice que eso es “pura
carreta”, y agrega que “mi caso está en las manos de Dios”. Lo de siempre.
Ambos senadores estuvieron esta semana en la reunión
que la DNC tuvo con los negociadores del Gobierno ante las Farc en La Habana.
Tengo el derecho a maliciar que el motivo por el que pidieron ese encuentro, no
fue otro que ir sondeando a ver qué sobras judiciales los pueden favorecer a
ellos en el caso de que en Cuba se llegue a un arreglo.
Por: Lisandro
Duque Naranjo